Del ocaso de Piscis al amanecer de Acuario: Claves del Cambio Espiritual Global
José Manuel Fernández Outeiral
Comprender
mejor la situación actual en el mundo del pensamiento sería mucho más sencillo
si nos tomáramos el tiempo de comparar ciertas diferencias fundamentales y
examinar algunas ideas o tendencias, con el fin de descubrir qué relación
existe entre ellas. Ningún movimiento es completamente erróneo, pero tampoco
hay ninguno totalmente libre de equivocaciones. Ningún grupo de pensadores
posee toda la verdad, ni existe Escritura o Maestro alguno que nos revele todo
lo que puede saberse sobre Dios y Su Obra. La cuestión de lo que es correcto o
incorrecto es, en última instancia, algo personal e individual; nadie puede ser
el guardián de la conciencia de otro ni imponerle lo que debe pensar o creer.
Las
distinciones que debemos tener en cuenta pueden dividirse en dos grandes
grupos: por un lado, las que se refieren a la forma exterior y al contenido
interno de cada movimiento, es decir, los aspectos exotérico (externo) y
esotérico (interno) de la verdad que se presenta; y, por otro lado, las que
surgen del contraste entre la era antigua, que ya está terminando, y los signos
de la nueva era que comienza a ejercer su influencia.
No
necesitamos enfocarnos en la verdad exotérica, es decir, en las formas externas
de las religiones o sistemas de pensamiento. Estas no son más que señales del
crecimiento y la vida interior que hay detrás de ellas. Representan versiones
distorsionadas de una realidad más profunda; son intentos simbólicos de la
mente humana por expresar la verdad, y cambian con el tiempo, de una era a
otra, de un ciclo a otro. Surgen y desaparecen; mientras están vigentes,
cumplen una función útil, pero cuando pasan, se ven como limitaciones.
Las
formas por las que atraviesa el pensamiento colectivo —ya sea tan amplio como
el de las grandes religiones o tan reducido como el de una pequeña secta o
ideología— siguen un proceso parecido. Primero tienen un momento de
surgimiento, cuando se capta la visión original en toda su belleza y el ideal
aparece claro y poderoso. Un pensador clarividente, un gran Instructor,
desciende del “Monte de la Iniciación” y transmite esa verdad, comunicando la
visión. Así nace la primera forma. Con el tiempo, comienza una etapa de
crecimiento, pero a medida que ésta avanza, la verdad se va ocultando más y la
visión original se aleja. Finalmente, lo que queda es una religión, una ciencia
o un arte llenos de fórmulas rígidas, leyes, rituales y doctrinas, con maestros
autoritarios y enseñanzas impuestas.
Con
el desarrollo de estas formas, la vitalidad interna se va perdiendo, aunque
durante ese proceso todavía se cumple un propósito y muchas personas encuentran
sentido en esa verdad encarnada. Luego viene la decadencia: las formas se
vuelven rígidas, y los pensadores empiezan a rebelarse contra las limitaciones.
En ese punto, se vuelve evidente que la forma ya no sirve, y se destruye,
liberando la vida que había en su interior para que pueda encontrar una nueva
forma más adecuada. Este ciclo se repite siempre: nacimiento, crecimiento,
cristalización, declive y renovación. Sin embargo, a medida que la humanidad
avance en inteligencia, armonía y sabiduría, estos ciclos serán menos violentos
y los cambios ocurrirán de forma más suave y gradual.
Actualmente
estamos en una época de intensa destrucción de viejas formas y doctrinas
pasadas. Este tiempo de crisis y revolución es particularmente intenso, porque después
de salir del caos de dos guerras mundiales, con un tiempo de expansión y
desarrollo, vuelve la incertidumbre por culpa de la inmadurez de nuestros actuales
gobernantes. Pero la razón principal es que estamos también transitando de un
gran ciclo solar a otro. Si miramos hacia atrás, veremos que en momentos
similares de cambio cíclico también ocurrieron transformaciones profundas en lo
económico, lo social, lo racial y lo religioso, como si el mundo entero
asumiera una nueva forma. Estos ciclos no son solamente astrológicos; se trata
de hechos astronómicos reales, observables desde cualquier observatorio
científico.
Bajo
todas esas formas externas —ya estén empezando, en pleno desarrollo o en
decadencia— hay una fuerza interior, una vida espiritual oculta que las anima.
Esta es la causa real que las origina. Por eso, los movimientos llamados
esotéricos se centran en ese aspecto interno, en el alma que habita dentro de
las formas, en la vida misma, más que en la materia o la apariencia externa. El
verdadero esoterismo llega al núcleo mismo del ser humano y se ocupa de su
parte eterna e inmortal. Trata de comprender lo que da origen al pensamiento, a
las emociones y a la acción. Su objetivo es sacar a la luz, y hacer consciente,
el impulso divino constante que se manifiesta en los procesos de transformación
que afectan a toda la naturaleza, incluido el ser humano.
Este
impulso espiritual es lo que está presente, aunque oculto, en todas las
religiones, en toda investigación científica, en los movimientos económicos y
en los cambios profundos de la sociedad. En lo que respecta al ser humano, el
verdadero ocultismo o esoterismo trata del alma que se expresa a través del
cerebro, las emociones y el cuerpo físico: esa parte de nosotros que aún
conocemos muy poco, pero que nos define en lo esencial.
El
esoterismo auténtico no es, como muchos creen, una enseñanza misteriosa
reservada a unos pocos, transmitida bajo juramentos de silencio y rodeada de
rituales. Es, más bien, un despertar espiritual interior que reconoce esa misma
espiritualidad, actual o potencial, en todos los demás seres humanos, y también
la vida que está presente en todas las formas.
Estos
son los movimientos u organizaciones que vamos a examinar, debido a la gran
importancia y responsabilidad que tienen en este momento. Lo sepan o no, les
corresponde a ellos marcar el tono y señalar el rumbo que seguirán las
presentaciones más nuevas y completas de la verdad. La calidad y la solidez de
las religiones, instituciones y agrupaciones que formarán la base del nuevo
orden social —aquel que surgirá tras este periodo de transición y dificultad—
dependerán en gran medida del trabajo que estos organismos realicen ahora. Ese
nuevo orden, más estable, es algo que inevitablemente llegará, y su forma será
el resultado directo del esfuerzo presente de estos movimientos.
A
medida que profundizamos en el significado de la vida y sus formas, y
analizamos con atención la época que nos ha tocado vivir, nos damos cuenta de
que estamos atravesando un periodo de transición especialmente complejo y
desafiante. En este momento conviven dos métodos de vida y pensamiento: uno es
el que ha dominado el pasado, aún muy fuerte y con gran influencia; el otro
representa las nuevas tendencias, todavía en formación, que apuntan hacia la
era que se avecina. El dilema actual del mundo radica precisamente en que ambos
métodos están operando al mismo tiempo. Algunos individuos se sienten atraídos
por uno u otro, algunos los rechazan a ambos, mientras que muchos más observan
la situación con una mezcla de confusión y desconcierto.
Este
conflicto general también está profundamente influido por dos energías
cósmicas: la del signo de Piscis, que se está retirando, y la del signo
ascendente de Acuario, que va cobrando fuerza. Esta superposición de
influencias crea un estado de caos en muchos ámbitos del pensamiento humano y
alimenta los conflictos entre los que trabajan en el terreno de las ideas y los
que actúan directamente en el mundo. Comprender estas dos corrientes y sus
diferencias nos puede ayudar a encontrar una vía más clara y menos dificultosa
para avanzar.
La
humanidad ya ha pasado antes por otras etapas de transición semejantes a la
actual. Siempre ha salido de ellas fortalecida, con una conciencia más amplia,
mayor desarrollo intelectual y una idea de Dios más elevada. Estos avances han
servido como cimientos para construir nuevos y más grandiosos templos de la
civilización humana, completos y armónicos. El recorrido del Sol a través de
los doce signos del Zodíaco es tan inevitable como el paso del tiempo, y cada
ciclo solar ha expuesto al planeta a diferentes influencias, que se reflejan en
las civilizaciones y culturas que han surgido.
Una
mirada a los dos ciclos anteriores a la era cristiana puede ayudarnos a
comprender mejor esta evolución. Aproximadamente en el año 5000 a.C., el Sol
transitaba por el signo de Tauro. En ese tiempo, predominaba la adoración del
becerro, símbolo del Hijo de Dios —el Cristo Cósmico—, con el Sol como suprema
expresión divina. Era aquella la era de la Voz: oráculos y sibilas guiaban
tanto a pueblos como a individuos. Las personas obedecían lo que escuchaban
como si fuera ley divina, y de ahí proviene la fuerte creencia, aún presente,
en la inspiración verbal de las Escrituras. Era una etapa en la que la guía
venía de fuera, salvo para unas pocas almas avanzadas que eran las encargadas
de dirigir a los demás.
Hacia
el año 2500 a.C., comenzó el tránsito del Sol por Aries, el signo del Cordero.
Esto dio origen a la institución del Cordero Pascual y al sacrificio de ovejas
y cabras, reemplazando a los bueyes de épocas anteriores. Es notable que el
“pecado” del pueblo hebreo en el desierto fuera adorar al becerro de oro, una
vuelta a una forma de adoración que ya debía haberse superado. El altar de
sacrificios y el mar de bronce sostenido por doce bueyes en el Templo hebreo
representaban que la humanidad debía empezar a reconocer su naturaleza animal y
purificarse voluntariamente a través del sacrificio consciente. Esta transición
preparó el camino para la expansión de conciencia que trajo la era de Piscis,
que comenzó hace unos 2.000 años con la llegada del cristianismo.
El
gran Maestro de Galilea, Jesús, está íntimamente asociado con el símbolo del
pez. Escogió pescadores como discípulos, los envió a ser “pescadores de
hombres”, y muchos de sus milagros incluyen peces. El pez se convirtió en un
símbolo secreto para los primeros cristianos y todavía aparece en
representaciones de las catacumbas. Incluso prácticas actuales como comer
pescado los viernes derivan de esa antigua simbología. Vemos así un hilo
simbólico que une el toro, el cordero y el pez —Tauro, Aries y Piscis— y que
refleja los sacrificios religiosos que marcaron cada época.
En
la era de Piscis hemos vivido el desarrollo del corazón como medio para
acercarse a Dios. Ha sido una era profundamente devocional, en la que se ha
exaltado la experiencia emocional elevada, como se ve en la vida de santos,
místicos y maestros religiosos. Su característica principal ha sido el
sacrificio personal por amor a una gran figura divina: el Cristo, encarnación
de la Idea Divina. Jesús planteó preguntas profundas como: “¿De qué le sirve al
hombre ganar el mundo si pierde su alma?”, lo que llevó a una insistencia en la
salvación individual y en el desarrollo del principio crístico dentro del
propio corazón.
Cristo
ofreció al mundo la imagen de un alma perfecta y nos mostró la posibilidad
divina que reside en cada ser humano. Su mensaje central fue: “Salva tu alma.”
No habló de iglesias o estructuras externas, sino de la necesidad de buscar la
perfección personal y vivir según las enseñanzas del Sermón de la Montaña. Esta
idea también aparece en enseñanzas como las del Bhagavad Gita, que habla
del desarrollo del Yo Superior, o Ego espiritual, a través del yoga.
El
impacto de estas enseñanzas ha sido enorme: la era de Piscis se ha distinguido
por la aparición de grandes figuras humanas —hombres y mujeres excepcionales en
todos los campos de la vida—, cuyo genio y profundidad revelan el principio
crístico actuando en el mundo. Este principio no se limita al fervor religioso;
se manifiesta allí donde un ser humano alcanza grandes alturas, ya sea en el
arte, la ciencia, la política o cualquier campo constructivo.
Hoy
estamos comenzando a transitar desde la era de Piscis —centrada en el individuo
y la devoción— hacia la era de Acuario, representada por el símbolo del
Aguador.[1] Aunque
este cambio llevará al menos quinientos años para completarse, ya sentimos
claramente la influencia creciente de esta nueva energía. Cristo mismo, como
todos los grandes Instructores, no solo encarnó la esencia del ciclo que
representó, sino también anticipó la unidad de la fuerza vital universal. Por
eso dijo: “Yo soy el agua de vida.” El agua es el símbolo de Acuario y, quizás
no por casualidad, vemos hoy una tendencia a rechazar el alcohol y a valorar
cada vez más el agua: en los baños, en la salud, en la vida cotidiana, como no
ocurría siglos atrás.
¿Y
cuál será la tónica de la nueva era? Será el servicio y el trabajo colectivo.
Ya no se pondrá tanto énfasis en la salvación personal, sino que quienes hayan
alcanzado cierto grado de realización espiritual dedicarán su vida a servir a
los demás y a integrarse en el bien común. Estos individuos avanzados —cada vez
más numerosos— llevarán simbólicamente el “agua de vida” a toda la humanidad.
La conciencia grupal pasará a ser lo más importante, y se buscará responder a
las necesidades compartidas de todos.
Los
métodos propios de la era de Piscis son diferentes de los que comenzarán a
regir en la era de Acuario. Los fines que se buscan también varían en muchos
aspectos, y el tono general de cada una de estas eras es marcadamente distinto.
Tal vez podamos entender mejor el momento actual y cuál debería ser nuestra
actitud frente a él si comparamos estos dos grandes movimientos, analizando sus
características, sus beneficios, y también los riesgos que inevitablemente
conllevan.
Es
importante señalar que aún no podemos percibir claramente los posibles aspectos
negativos de la era de Acuario, ya que éstos sólo se manifestarán plenamente
hacia el final de su desarrollo. Por el contrario, sí estamos viendo los
efectos finales y más cristalizados del ciclo de Piscis, cuyo Maestro —el
Cristo— dio a sus discípulos una consigna clara: “Apacentad mis ovejas”.
Esta imagen nos muestra un método basado en la guía externa: las ovejas siguen
al pastor y aceptan el alimento que este les da. Así, el sistema fue el de
obedecer a una autoridad establecida y seguir a un líder.
Las
enseñanzas principales giraban en torno a la naturaleza de Cristo, y sobre esto
trata el Nuevo Testamento. La labor de la Iglesia consistió, en gran parte, en
enseñar cómo seguir su ejemplo y cómo alcanzar un cielo entendido de forma
personal. Frases como “Este es el camino”, “Sigue al guía”, “Haz lo que te
digo” o “Estas son las reglas” reflejan bien el método aplicado. Se fomentó
intencionalmente el desarrollo emocional y del corazón, porque eso era lo que
la humanidad necesitaba en ese momento. El deseo fue transformado en aspiración
y el sentimiento fue elevado al cielo.
Se
promovió una devoción intensa hacia Cristo, al punto que muchos ofrecieron con
gusto su vida por el amado Maestro. El ideal fue mantenido en lo más alto, y se
estimuló una forma de fanatismo noble para sostenerlo. De este modo, se
desarrollaron cualidades como el idealismo, la aspiración, la devoción y la
capacidad de reconocer y seguir a un líder. Estas actitudes alcanzaron su
máxima expresión en lo que podríamos llamar una “idolatría respetuosa” hacia
autoridades espirituales, religiosas o sociales, aunque en algunos casos
resultara excesiva o incluso irracional.
Con
el paso del tiempo, y mientras estas cualidades se consolidaban, entramos en
las últimas etapas del ciclo, caracterizadas por la cristalización y el
estancamiento, lo que inevitablemente provoca tensiones. El culto a los líderes
y la consecuente inclinación al proselitismo han producido una situación muy
lamentable. Mientras solo se reconocía como líder espiritual al Hijo de Dios, y
se seguían fielmente los principios del discipulado cristiano, como ocurrió en
la iglesia primitiva —aun perseguida—, se alcanzaban altos niveles de pureza y
devoción. Pero esos tiempos ya pasaron.
Hoy,
en cambio, vivimos en un mundo repleto de líderes que buscan reconocimiento.
Miles de personas siguen con fervor a ciertas personalidades, mientras otros
miles, con igual fervor, se les oponen. ¿Cómo hemos llegado a esto? La
explicación es sencilla: cuando alguien que no es un verdadero ser iluminado
—como lo fueron Cristo o Buda— reclama para sí títulos sagrados, eso tiende a
confundir, desorientar y dañar. En el contexto actual, esa clase de
afirmaciones puede ser extremadamente perjudicial.
El
intento de imponer títulos y de presentarse como portador de la única verdad
produce un efecto paralizante en quienes lo escuchan. Impide que vean con
claridad, sofoca su intuición y crea una dependencia emocional e intelectual
malsana. Cuando alguien se proclama a sí mismo, o a otro, como el ungido o el
único representante de lo divino, lo que hace en realidad es jugar con la
credulidad de la gente sencilla. Eso despierta en sus seguidores una sensación
de privilegio, un orgullo por haber “reconocido” al elegido, y una ambición por
acercarse a él para brillar con luz prestada.
Frases
como “Venid con nosotros, porque se nos ha confiado una enseñanza que a otros
se les niega” apelan al deseo humano de sentirse especial. Ante ello, muchos
buscadores sinceros, agotados por años de búsqueda, se suman esperanzados. A
menudo se promueven sistemas que prometen desarrollar poderes del alma,
alcanzar salud, éxito, popularidad y otras ventajas personales. Así se atrae a
los aspirantes ofreciéndoles beneficios egoístas, entrenamientos “especiales” y
doctrinas exclusivas.
Las
órdenes secretas, las fraternidades con reuniones misteriosas y doctrinas
ocultas también atraen a los incautos. Pero detrás de muchas de estas
estructuras se esconde una personalidad poderosa que centraliza toda la
autoridad. Que muchos de estos líderes sean sinceros, y que sus seguidores
también lo sean, no cambia el hecho de que las pretensiones de infalibilidad y
los títulos grandilocuentes son fuente de engaño.
Este
tipo de dinámica se encuentra en muchos grupos, grandes y pequeños, en
organizaciones esotéricas, metafísicas y mentalistas de toda clase, en todos
los países. Es un fenómeno global que marca el cierre del ciclo pisciano. Las
iglesias tradicionales no están exentas: también en ellas hay teologías
rígidas, dogmas, jerarquías, papas y escrituras que se proclaman como únicas
fuentes válidas de verdad e iluminación.
El
núcleo del problema, o el “peligro pisciano”, reside en la idea de
separatividad. El líder se coloca en un pedestal, separado de los demás; los
seguidores se consideran los elegidos, y desprecian o condenan a quienes no
aceptan sus creencias o figuras de autoridad. Así se propaga la gran herejía de
la separación: el “nosotros contra ellos”.
Sin
embargo, hay que reconocer que estos movimientos de la era de Piscis cumplieron
una función necesaria en su tiempo. Nos ayudaron a desarrollar ciertas
cualidades esenciales y nos trajeron hasta el nivel de evolución en el que
ahora nos encontramos. Por tanto, no se trata de condenarlos, sino de entender
que una forma antigua está agotándose, y es momento de construir otra nueva.
Las dificultades actuales son el resultado del largo trayecto recorrido desde
que el gran Instructor de la era de Piscis estuvo entre nosotros.
La
voz que dijo: “Yo estoy entre vosotros como el que sirve” se ha
desvanecido, mientras otras voces —más ruidosas y menos auténticas— la han
reemplazado. Su única autoridad fue su vida ejemplar y el servicio que prestó,
y por eso su ejemplo perdurará mucho después de que los actuales pretendientes
sean olvidados.
Entonces,
¿cuáles serán las características de la era de Acuario a medida que su
influencia crezca y se haga más definida? Aunque todavía falta mucho tiempo
para que se pueda definir con claridad el modelo completo del ser humano “tipo
Acuario”, ya tenemos ciertas señales. En lugar de la llamada a “apacentar las
ovejas”, ¿no es más lógico, en esta época de pensamiento libre y comunicación
instantánea, que la enseñanza llegue directamente al conjunto de la humanidad,
en vez de limitarse a unos pocos líderes?
Acuario
es el signo del conocimiento aplicado de forma universal. En estos tiempos de
expansión mental, nada parece más natural que aspirar a saber todo lo que
podamos saber. El arquetipo del ser humano acuariano bien podría ser el de una
persona libre e inteligente, que presta un servicio desinteresado a los demás,
pero que actúa desde su propia iniciativa.
Si
la era de Piscis trabajó y refinó el corazón de la humanidad, la era de Acuario
hará lo mismo con la mente.
El
ser humano de la era de Acuario se distinguirá por su dominio consciente de la
mente, alcanzado a través de la concentración o de una atención enfocada y
voluntaria. Será alguien centrado en sí mismo, conocedor de su verdadera
naturaleza, sabiendo con claridad qué debe hacer. En lo más profundo de su ser
—en ese lugar secreto, esotérico— habrá hallado su punto central, su centro
divino: Dios, su Yo Superior. Desde allí actuará, guiado no por voces externas,
sino por la dirección interior de su propia alma.
Este
nuevo ser se sentirá seguro de sí mismo en el más alto y sano sentido: con la
seguridad de quien ha encontrado su alma y, por medio de ella, piensa y actúa
con inteligencia. El tipo Acuario ideal habrá superado los impulsos de su
naturaleza inferior, sus tendencias instintivas y emocionales; el entrenamiento
recibido en la antigua era de Tauro —centrado en el dominio del cuerpo y los
deseos— habrá dado ya su fruto. También habrá interiorizado las enseñanzas de
Piscis, que lo habrán elevado espiritualmente, purificando su corazón y
afinando su sensibilidad. En Acuario, trabajará desde ese plano más elevado,
integrando su mente como instrumento consciente del alma.
Todo
esto muestra una evolución armónica. Cuando las tres dimensiones del ser humano
—la física, la emocional y la mental— estén plenamente desarrolladas y
coordinadas al servicio del alma, será posible un desarrollo espiritual mucho
más acelerado. Entonces, el mundo entrará realmente en una nueva etapa de
evolución.
En
la era de Acuario, los grupos humanos serán verdaderas asociaciones de almas
libres. No girarán alrededor de una figura dominante o carismática, sino que
estarán formados por personas espiritualmente maduras, centradas en sí mismas,
pero unidas por un propósito común: el progreso y la elevación de la humanidad.
Las personalidades no competirán por imponerse, sino que se pondrán al servicio
del bienestar colectivo.
Hoy
día, vivimos en un mundo en el que todavía predomina la influencia de Piscis,
pero ya se hace sentir con fuerza creciente la energía acuariana. Los
movimientos nacidos bajo el impulso de Piscis están concluyendo su ciclo; han
cumplido su propósito y están llegando a su fin. En contraste, los movimientos
que reflejan el espíritu de Acuario comienzan a emerger. Se trata de
agrupaciones de personas que piensan por sí mismas, que se niegan a seguir
ciegamente a cualquier figura de autoridad. Son individuos que muestran
independencia, libertad de pensamiento, tolerancia, firmeza interior y una
visión amplia y universal, sin caer en exclusivismos ni dogmatismos.
Es
natural que, en este momento de transición, los tipos piscianos y los
acuarianos choquen entre sí. A menudo no se entienden, porque no comprenden que
ambos son legítimos, que ambos cumplen una función necesaria y que ambos deben
coexistir y aprender a colaborar. Es esencial reconocer la sinceridad de los
dos grupos y aceptar que su papel en el presente es complementario, no
antagónico. No se trata de decidir quién tiene más o menos razón, quién es más
sabio o más ignorante. Se trata, simplemente, de métodos distintos, de caminos
diferentes dentro del mismo proceso evolutivo.
Ambos
tipos de seres humanos —el de Piscis y el de Acuario— son igualmente divinos.
Uno se mueve por el corazón, el otro por la mente. Uno actúa emocionalmente, el
otro mentalmente. ¿Quién puede decir cuál tiene más mérito o está más cerca de
la verdad en los ojos del gran director divino de los destinos humanos?
Debemos
tener presente que quien sigue a un líder apoyándose únicamente en su corazón,
sin usar su discernimiento, puede caer fácilmente en el error. Pero también es
cierto que quien sigue solo la mente, dejando de lado la sensibilidad del
corazón, corre peligros similares. El ideal acuariano, que posiblemente se
manifieste con claridad dentro de unos 3.000 años, será la síntesis armoniosa
de ambos aspectos: una fusión consciente del pensamiento claro y del
sentimiento profundo, del cerebro y del corazón.
De
las reflexiones anteriores sobre nuestra época y sobre la presencia simultánea
de dos fuerzas —la que se desvanece de Piscis y la emergente de Acuario— surgen
tres preguntas fundamentales:
- ¿Cómo
puede una persona común reconocer un movimiento típico de la era de
Piscis?
- ¿Cómo
puede, del mismo modo, reconocer un movimiento que pertenezca a la nueva
era?
- ¿Cuál
es el papel del verdadero Instructor en los tiempos actuales?
1.
Reconocer los movimientos piscianos
Los
movimientos que aún responden a la influencia de la era de Piscis suelen apelar
a una autoridad jerárquica. Se respaldan en una supuesta fuente superior, ya
sea doctrinal o espiritual, y exigen de sus miembros obediencia, aceptación de
sus enseñanzas y sumisión a las exigencias de sus líderes. En sus formas más
extremas, fomentan una devoción ciega, fanática, y tienden a ser intolerantes
con otros grupos o puntos de vista. Cuentan casi siempre con una autoridad
central, un libro sagrado o “biblia” y un sistema de dogmas, aunque a veces se
nieguen a reconocerlo.
Esto
puede observarse en muchas iglesias, en ciertas ramas de la teosofía y del
rosacrucismo, así como en numerosos cultos modernos. Un ejemplo claro es la
Iglesia Católica, pero también lo es la Ciencia Cristiana. La Sociedad
Teosófica actual, aunque fue más abierta y progresista en sus comienzos, ha
tomado con el tiempo un carácter más pisciano, más estructurado. Sin embargo,
todos estos movimientos cumplen todavía una función útil: pueden ser de ayuda
para muchas personas, y el impulso espiritual que recibieron en su origen debe
ser aprovechado hasta que se agote por completo.
2.
Reconocer los movimientos de Acuario
Actualmente
existen personas que encarnan las cualidades propias del tipo Acuario, aunque
todavía no se han formado verdaderos movimientos acuarianos, ya que no ha
llegado plenamente el tiempo para su pleno desarrollo. Lo que tenemos son
anticipos o señales. Pero cuando realmente florezcan los movimientos de la era
de Acuario, ¿cómo serán? ¿Qué los distinguirá?
Estos
grupos se caracterizarán por respetar la libertad de pensamiento de cada
individuo. No reconocerán a ningún instructor, libro o institución como
depositario exclusivo de la verdad, sino que aceptarán que hay múltiples
caminos para acceder al conocimiento de Dios, ya sea por la religión, la
filosofía, la ciencia o el arte. Por lo tanto, no entrarán en competencia ni
condenarán a otros grupos; serán incluyentes, no excluyentes. Resaltarán
principios por encima de las personalidades, el servicio por encima de la
ambición, y promoverán una visión amplia, basada en la unidad espiritual.
Cada
persona será libre de enseñar según su comprensión, usando sus propias
palabras, su lenguaje, sus símbolos y sus métodos de trabajo. Sin embargo,
todos coincidirán en una comprensión compartida: que hay una sola obra
espiritual, aunque con muchos enfoques; un solo templo de Dios, aunque con
múltiples formas; una única Verdad central, aunque con diversos aspectos; una
misma Vida divina, aunque expresada en formas distintas. Estas actitudes y
tendencias ya comienzan a vislumbrarse en algunos sectores, como señales de un
cambio profundo que está en camino. Algún día, estas señales se convertirán en
un viento poderoso que disipará las brumas de la separación y abrirá paso a la
luz de una comprensión más plena.
3.
La función del verdadero Instructor
¿Cuál
debe ser entonces la función del verdadero Instructor en esta época de
transición? En primer lugar, debe mantener un contacto firme y claro con su
propia alma, procurando que nada enturbie su visión interior. Debe permanecer
íntegro en su vida, de modo que pueda ser un canal limpio para que su Yo Divino
actúe a través de él. No debe pretender nada para sí mismo ni buscar exaltación
personal. Es simplemente un servidor, y sólo sus palabras y sus actos deben
hablar por él. Debe evitar, siempre que sea posible, toda referencia a sí mismo
y mantenerse en segundo plano.
En
su labor de enseñanza, su tarea se resume en tres cosas fundamentales:
Primera: decir a cada ser humano que es,
en esencia, un hijo divino de Dios; que el Reino de Dios está dentro de sí, y
que todo poder y conocimiento está a su alcance como parte de su herencia
espiritual y divina.
Segunda: transmitir únicamente los
principios esenciales que se encuentran en el núcleo de todas las expresiones
de la Verdad. Dejar de lado lo accesorio y las diferencias doctrinales, y
centrarse en las verdades universales, aquellas que se reconocen en todas las
religiones: la Paternidad de Dios y el Principio eterno e ilimitado “en quien
vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser”; la Fraternidad del hombre, porque
todas las almas son expresiones de una misma Alma superior; y la manifestación
de Dios tanto en la naturaleza como en el espíritu humano.
Tercera: presentar estos principios de
tantas formas como sea posible, usando múltiples términos, símbolos y puntos de
vista. De este modo, los buscadores sinceros podrán comprender el camino de sus
hermanos, incluso si expresan la verdad de manera diferente. Al enfocarse en
los principios universales, el Instructor dejará a sus oyentes la libertad de
hacer sus propias deducciones y aplicar lo aprendido a su manera. Así, cada
buscador encontrará la verdad por sí mismo y en sí mismo, y al hacerlo
descubrirá que es la misma verdad que han hallado los sabios de todos los
tiempos, lugares, culturas y religiones.
Verá
que detrás de todas las formas religiosas hay una misma armonía; detrás de
todos los métodos, una misma unidad; y que Dios se manifiesta en todos los
caminos al encuentro del que lo busca con sinceridad.
El
Profesor Waswami, de la India, expresó esta visión con gran claridad en su
libro Voices, cuando escribió:
“La
armonía de las religiones que yo pido es sintética, no sincrética. Sintética y
vital; que transmute las enseñanzas de todas las religiones en una verdad viva:
la verdad de la vida divina que se desarrolla en la humanidad. La Vida divina
crece, y con ella crece la Verdad; no se revela toda de una vez, sino por
etapas. En una serie de inspiraciones, la verdad se comunica al hombre según su
evolución y su entorno. Hay muchas religiones, pero un solo Inspirador; muchas
Escrituras, pero una sola Fuente; muchos profetas, pero una sola Fraternidad;
muchas enseñanzas, pero una sola Esencia; muchos templos, pero un solo
Sacrificio; muchas moradas, pero un solo Maestro.”
Lo
mismo expresó mi maestro Bhagavan Das en su obra The Essential Unity of All
Religions, que tuve el honor de traducir al castellano. En ella, muestra
con claridad luminosa cómo todas las grandes tradiciones espirituales, más allá
de sus formas externas y de sus lenguajes particulares, apuntan a una misma
Verdad esencial: la realización del Ser divino en el interior del ser humano.
Esta unidad subyacente no es una teoría abstracta, sino una realidad viva que
se experimenta cuando se trascienden los dogmas, se purifica la mente y se
despierta el corazón. La auténtica espiritualidad no separa ni excluye, sino
que une, integra y reconoce lo sagrado en todas las sendas sinceras que
conducen al centro común de la existencia.
El libro está disponible, de forma gratuita, aquí.
[1]
La
afirmación de que estamos transitando de la era de Piscis a la de Acuario
proviene de tradiciones esotéricas y astrológicas, especialmente dentro de la
Teosofía y otros sistemas simbólicos. Esta transición se asocia con el fenómeno
astronómico de la precesión de los equinoccios, mediante el cual el
punto del equinoccio de primavera retrocede gradualmente a través de las
constelaciones zodiacales, completando un ciclo completo (un “año platónico”)
aproximadamente cada 26.000 años. Aunque astronómicamente este movimiento es
real, no existe consenso sobre el momento exacto en que una era termina y
comienza otra, debido a la falta de límites precisos entre las constelaciones.
Por ello, mientras que algunos
autores sostienen que la Era de Acuario ya ha comenzado —ubicando su inicio
entre los siglos XIX y XX—, otros opinan que su entrada plena no ocurrirá hasta
dentro de varios siglos. No obstante, desde un punto de vista simbólico y
espiritual, muchos coinciden en que los valores característicos de Acuario —la
cooperación colectiva, el humanismo, el despertar de la conciencia planetaria,
la ciencia al servicio del bien común, y la fraternidad universal— ya están
emergiendo de manera perceptible en la humanidad actual.
Basta comparar el estado de la
humanidad hace tan solo cien años con el presente para reconocer que un cambio
profundo se está produciendo: las estructuras sociales, políticas y religiosas
se han visto fuertemente cuestionadas; la conciencia individual se ha
expandido; los roles tradicionales están siendo redefinidos; y ha surgido una
búsqueda de sentido menos dependiente de dogmas, más centrada en la experiencia
personal y en la interconexión entre todos los seres. Este proceso, aun en
medio de crisis y tensiones, parece señalar que un cambio de época está en
marcha.
No obstante, podríamos decir que
muchos de los líderes actuales no comprenden —o resisten— el profundo cambio de
era que estamos atravesando. Siguen actuando desde el modelo pisciano del
“ordeno y mando”, aferrados a estructuras verticales de poder, a la imposición
de una verdad única, y a la obediencia como virtud principal. A nivel personal,
figuras como Donald Trump, Pedro Sánchez y otros muchos, encarnan este
paradigma: un liderazgo basado en la autoridad personal, el culto a la
personalidad, la polarización y la confrontación. A nivel colectivo, el Partido
Comunista Chino representa también una expresión contemporánea del mismo
patrón: un sistema que concentra el poder en una élite, impone una narrativa
oficial incuestionable y ejerce un férreo control sobre la sociedad. Ambos
casos ilustran cómo las fuerzas de Piscis aún están en plena actividad. Sin
embargo, estas formas están llamadas a disolverse gradualmente, a medida que el
espíritu de Acuario —basado en la cooperación, la libertad de pensamiento y el
servicio desinteresado— se haga más presente en la conciencia global.
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