Contagio emocional: cómo influir positivamente en los demás
Nuestras emociones son como ondas: lo que irradiamos se expande, tocando a quienes nos rodean.
José Manuel Fernández Outeiral
Si comprendemos cómo funcionan las emociones y cómo tienden a contagiarse entre las personas —como el fuego que prende fácilmente en materiales inflamables—, podremos evitar conscientemente provocar en los demás sentimientos negativos como el odio o cualquier otro exceso. En su lugar, podremos esforzarnos por despertar en ellos emociones positivas como la virtud y el amor.
Cuando
notemos que alguien siente miedo, no deberíamos despreciarlo, porque eso sería
como actuar igual que un material común que prende fuego al mínimo contacto con
una chispa. En cambio, deberíamos comportarnos como el oro, que se funde y se
purifica cuanto más intenso es el fuego al que se somete. Frente a la timidez,
nuestra respuesta debería ser la bondad y la compasión.
Si
percibimos en alguien actitudes de orgullo o desprecio, tampoco deberíamos
reaccionar con miedo —como lo harían las personas de carácter débil—, ni
devolverle más orgullo y desdén —como suelen hacer quienes tienen un carácter
fuerte pero común—. Lo ideal sería responder con humildad. Al hacerlo, ayudamos
a transformar el orgullo ajeno en una actitud más amable, porque en muchas
personas orgullosas, la humildad ajena despierta su lado benevolente. Así,
surge en ellas una emoción noble que las impulsa a querer ser útiles para
alguien más, incluso si nosotros no necesitamos su ayuda.
Si
no tenemos suficiente control sobre nosotros mismos como para responder con
humildad ante el orgullo de los demás, y en cambio sentimos que nuestro
carácter se irrita por creer que somos superiores, podemos intentar suavizar
ese impulso con amor. Así, podremos transformar esa emoción en una piedad
serena y en benevolencia hacia la ignorancia, el orgullo o la altanería ajena.
Sin
embargo, este método no es el ideal y conlleva ciertos riesgos. Nos puede
llevar a desarrollar, de forma sutil, un orgullo escondido, haciendo que una
piedad falsa y sarcástica reemplace a la verdadera benevolencia. Las
transformaciones del Ahamkâra (el ego) y de la asmita (el sentido
del “yo soy”) son extremadamente sutiles. Una forma de saber si nuestra piedad
es auténtica es preguntarnos si sentimos el deseo de mostrarla, ya sea con
palabras o con nuestra expresión. Si sentimos esa necesidad de demostrar que
sentimos lástima por la ignorancia del otro, es señal de que no es verdadera
piedad, sino solo una forma de expresar nuestra supuesta superioridad.
La
verdadera piedad no busca aparentar, sino ayudar sinceramente a quien la
necesita. Por eso, se manifiesta como un esfuerzo genuino por corregir,
orientar o convencer al otro. También debemos tener cuidado con la falsa
humildad, que puede llevar a que la otra persona persista en sus errores,
reforzados incluso por nuestra actitud indulgente.
Es
importante recordar que las emociones, en general, no funcionan como contratos
incondicionales entre personas, en los que una parte entrega lo que la otra
espera sin importar las circunstancias. Sin embargo, hay casos en los que una
emoción puede exigir un compromiso estable que asegure las acciones y
relaciones derivadas de ella, como sucede en el matrimonio. En esta relación,
las necesidades de los hijos, y otras consideraciones sociales o económicas
—que, si se analizan en profundidad, también pueden entenderse como
manifestaciones de una emoción más fuerte—, hacen necesario mantener el vínculo
a pesar de los altibajos emocionales.
Si
en algún momento el sentimiento que unía a la pareja se debilita o desaparece,
un profundo sentido del deber puede mantener la armonía externa e incluso
ayudar a reconstruir el vínculo original en un nivel más profundo y duradero.
Pero eso solo es posible si cada miembro de la pareja comprende con claridad la
situación del otro y se compromete sinceramente a reconocer sus propios
errores, mediante una introspección honesta.
Puede
ocurrir, por ejemplo, que un esposo le diga a su esposa (o viceversa), o un
amigo a otro: “Ya no me amas, ni me valoras, ni sientes compasión por mí como
antes, a pesar de lo que prometiste”. Y que el otro responda, en tono de
reproche: “Es que tú tampoco te comportas como dijiste que lo harías”. De allí
surgen acusaciones mutuas que solo hacen crecer la distancia entre ambas
partes.
¿Cómo
enfrentar este tipo de situación, tan común como dolorosa, de forma que el
resultado sea constructivo y no destructivo? El primer paso es tener presente
que la compasión, el cariño y el respeto que sentimos por alguien suelen
apoyarse en dos factores fundamentales:
- El
placer que nos produce estar con esa persona.
- El
sentimiento —consciente o inconsciente— de superioridad, igualdad o
inferioridad que tengamos respecto a ella.
Cuando
dos personas enamoradas se prometen amor eterno, lo hacen envueltas en una
intensa emoción que, con el tiempo, inevitablemente se irá suavizando. Aun así,
por la propia naturaleza del amor, esa promesa se mantiene implícitamente
mientras se conserven las condiciones que originaron ese sentimiento. Pero
cuando esas condiciones cambian, también cambian los estados mentales. Aun así,
el profundo deseo de amar para siempre es un testimonio persistente del
verdadero ser interior, cuya esencia está hecha de amor (ânanda-mayam), y de su
capacidad para ir más allá de las circunstancias cambiantes.
Veamos ahora las emociones de la persona a quien va dirigida una queja en el contexto de una relación. Lo más probable es que haya atravesado una larga serie de emociones dolorosas antes de que su comportamiento comenzara a cambiar de forma visible. La cercanía propia del vínculo conyugal, o de cualquier relación íntima, le permitió ver defectos donde antes esperaba encontrar ternura y claridad, como si un microscopio le mostrara imperfecciones en una superficie que parecía suave a simple vista.
Luchó
por ignorar esos fallos, pero al mismo tiempo no pudo evitar verlos
constantemente. La duda empezó a atormentarlo, las ilusiones se fueron
desvaneciendo y, a pesar de sus esfuerzos, fue arrastrado por una corriente de
decepciones, sospechas y confusión. Poco a poco, el resentimiento fue ganando
espacio en su corazón y nubló su capacidad para ver con claridad.
¿Cómo
afrontar esta situación?
Primero,
debe comprender que la queja que ha recibido, aunque suene dura o hiriente, es
en realidad un grito desesperado de amor. Es una muestra de que aún se valora
profundamente a la persona que ha cambiado (real o aparentemente) y de que su
transformación ha causado un gran dolor.
Después,
debe recordar que los defectos que ahora ve en su pareja no surgieron de
repente, sino que ya estaban ahí antes de que la intimidad los pusiera en
evidencia. Las imperfecciones son parte inseparable del ser humano, incluso en
las personas más nobles. Y también debe tener presente que su pareja,
probablemente, ha pasado por desilusiones y desencantos similares respecto a
él.
Por
eso, es fundamental hacer un esfuerzo consciente por recuperar una visión
equilibrada, que ponga en perspectiva tanto los errores como los aciertos de su
pareja. Debe asegurarse de que no ha permitido que un velo de amargura o
decepción le impida ver la luz que aún existe en esa relación.
Si
quien recibe la queja ha sido tratado como una figura superior dentro de la
relación y percibe que en el reclamo de su pareja influyen emociones como el
egoísmo, el orgullo, la vanidad, la envidia o el deseo de controlar, puede
sentirse con la responsabilidad de resistirse, por ejemplo, dejando de mostrar
el respeto que antes tenía. Pero, antes de tomar esa postura, debe reflexionar
sobre el efecto que tienen las emociones dañinas: debe preguntarse si esa
actitud no le está causando también sufrimiento a él mismo, y si esa distancia
que está tomando no va a intensificar aún más las emociones negativas en su
pareja.
También
puede preguntarse si, en lugar de alejarse, no tendría más efecto mantenerse
firme en su primera impresión —la que lo llevó a actuar con respeto y
admiración— y, desde ahí, inspirar al otro a elevarse y vivir de acuerdo con
ese ideal que alguna vez vio en él.
Si
decide actuar según ese juicio inicial, debería comunicarle con amabilidad a su
pareja las dudas o preocupaciones que han surgido en su interior. Si no lo
hace, le estará privando de la oportunidad de reflexionar y de esforzarse por
mejorar. Al hablar con sinceridad y respeto, puede contribuir a restaurar la
armonía y la belleza en la relación, e incluso llevarla a un nivel más profundo
y elevado.
Ahora
bien, veamos las emociones de quien presenta la queja y cómo puede
transformarlas de negativas en constructivas. Si esta persona se encuentra en
el camino del pravritti (el camino de la acción y el deseo), sus
emociones pueden ser completamente negativas: orgullo herido, amor propio
dañado, deseo de imponerse o de humillar al otro. En este caso, no hay dudas
sobre qué debe hacer: necesita transformar esas emociones por completo.
Su
tarea es esforzarse en mantener el amor, incluso cuando se sienta dolido u
ofendido. Para lograrlo, debe reflexionar sobre sus propios defectos y
compararlos honestamente con las virtudes de su pareja. Este ejercicio de
autoconciencia le ayudará a debilitar sus emociones dañinas y a sostener una
actitud amorosa y constructiva.
Ahora
bien, si quien presenta la queja sigue el camino del nivritti —el camino
del desapego, el altruismo y el amor desinteresado— y realmente desea vivir
según esos ideales, si se unió con alegría al vínculo del matrimonio y sufre
intensamente al sentir que su pareja ya no le muestra confianza, cariño ni
respeto, ¿cómo debería enfrentar esa situación?
En
este caso, la emoción dominante es el amor, y el sufrimiento viene del fracaso
o del aparente debilitamiento de ese amor. Pero es necesario preguntarse: ¿es
solo el amor lo que está en juego? La persona debe examinar a fondo sus
emociones, especialmente esa que lo lleva a sentir que el alejamiento de su
pareja es injusto. Debe mirar con sinceridad para ver si realmente existe una
razón sólida detrás de esa distancia; si ese motivo no es, en realidad, el
punto más doloroso de la herida, y si su percepción de injusticia no está
siendo amplificada por emociones más complejas.
Es
esencial que mire dentro de sí mismo para descubrir si el orgullo herido no se
esconde bajo la apariencia de un amor dolido; si el sufrimiento que siente al
sentirse ignorado por quien antes lo admiraba no se debe, en el fondo, a una
vanidad alimentada por ese reconocimiento pasado (rasa-buddhi); si su
sensación de humillación frente a las críticas actuales no surge de haber
empezado a esperar elogios como algo habitual; si no está agrandando los
defectos de su pareja y atribuyéndolos a orgullo o a simples caprichos, cuando
quizás lo que hay es un desencanto genuino y bien fundado.
En
estos momentos, debe recordar las palabras del Manu Smriti: “El mayor
protege o disuelve la familia” (IX, 109). Es decir, que la responsabilidad
recae sobre quien tiene mayor madurez o fuerza interior. Y también debe
recordar que, según las enseñanzas antiguas, los dioses pusieron en manos de
los más sabios y fuertes el deber de sostener las relaciones humanas.
Si
realmente desea alcanzar una recompensa profunda y significativa, debe mirar
hacia aquellos a quienes desea servir con amor y generosidad. Porque en servir
con nobleza y sin esperar nada a cambio se encuentra, en última instancia, la
más alta forma de amor.
No
se detenga a pensar en los defectos de su pareja. Deséchelos de su mente sin
dudar y dirija su atención a las virtudes que deberían reemplazar los vicios
por los que ha sido acusado. Acepte el reproche con humildad y cultívela con
constancia, actuando como si realmente tuviera los defectos señalados, con el
único propósito de corregirse y superarlos por completo.
Reconozca
que, si no ha podido conservar la buena imagen que los demás tenían de él,
probablemente se deba a que se apartó, en algún momento, del ideal que lo
guiaba. La cercanía propia de la relación permitió que se revelaran fallos que
antes, con la distancia, pasaban desapercibidos. No se culpe por eso, ni culpe
al otro. Es parte natural del proceso de conocerse profundamente.
Ponga
el foco en lo que siente como el núcleo de su emoción: el desvío o fracaso del
amor. Pregúntese si ese desvío no surge, en parte, porque en su “deseo de
ayudar” hay un deseo oculto de “ser reconocido por ayudar”. Reflexione
sinceramente sobre el ideal del amor desinteresado y trate de sentirlo con
autenticidad, sin esperar nada a cambio. Recuerde que su pareja no es otra
persona completamente distinta, sino una forma distinta de él mismo.
Tenga
presente que las virtudes se transmiten por medio del ejemplo, no con palabras.
Las personas aman al sol, no porque el sol exija amor, sino porque calienta e
ilumina. De la misma forma, quien demuestra respeto, recibe respeto; quien
muestra amor, es amado; y quien venera a los demás, es naturalmente venerado.
Y
cuando, en medio de las situaciones difíciles de la vida —tan llenas de matices
y complicaciones— no sepa con claridad qué virtud practicar ni qué actitud
emocional adoptar, entonces le corresponde aplicar la virtud del Sântvam:
el esfuerzo sincero por reconciliar, por calmar y armonizar. Esta virtud fue
especialmente recomendada al rey Indra por su maestro Brhaspati, según narra el
Mahâbhârata (Shantiparva, LXXXIV, 2, 3, 4).
Recuerdar siempre que la nobleza genera nobleza, que las quejas no transforman, y que la
vida nos empuja, tarde o temprano, hacia el crecimiento. Si no es en esta vida,
lo será en otra, cuando hayamos madurado lo suficiente. Así, el camino del nivritti
transforma el dolor en impulso de progreso, y del desaliento, nace finalmente
el éxito.
Paz a todos.
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