Las Leyes que rigen nuestra vida y destino

 

                                                                                   
Flor rosada en primer plano mostrando simetría natural como símbolo de patrón universal.
Las leyes del alma: orden, ritmo y causa que sostienen nuestra existencia.

José Manuel Fernández Outeiral


La Ley de Tres y la Ley de Siete

“La verdad no necesita ser creída para actuar. Del mismo modo, el orden que rige el universo está operando en ti, lo sepas o no.”

A lo largo del tiempo, sabios y buscadores han intuido la existencia de leyes invisibles que rigen no solo el mundo exterior, sino también los procesos internos del alma. No hablamos aquí de leyes físicas, sino de principios espirituales que subyacen a toda manifestación: desde el nacimiento de una estrella hasta el impulso que nos lleva a transformarnos.

Dos de estas leyes, fundamentales en el sendero del despertar, son conocidas en el esoterismo como la Ley de Tres y la Ley de Siete. No pertenecen a ninguna religión en particular, aunque aparecen disfrazadas en muchas. Son parte del lenguaje secreto del alma, del ritmo oculto del universo.

I. La Ley de Tres: el misterio de la creación

Todo cuanto existe es el fruto de la interacción de tres fuerzas esenciales: una activa, una pasiva y una que las reconcilia. Ningún fenómeno, desde el más simple al más complejo, puede manifestarse sin la convergencia de estas tres corrientes.

  • La fuerza activa inicia, impulsa, afirma.
  • La fuerza pasiva recibe, resiste, condiciona.
  • La fuerza conciliadora, o neutralizante, armoniza, equilibra, da forma.

Sin esta tercera fuerza, no hay creación ni transformación verdadera. Una semilla (fuerza activa) no basta sin tierra (fuerza pasiva) y sin el equilibrio de agua, luz y temperatura (fuerza conciliadora). Así también sucede en nuestras emociones, en los conflictos humanos o incluso en las ideas políticas: si falta la fuerza neutralizante, todo se convierte en lucha o estancamiento.

Imaginemos la naturaleza sin esta fuerza conciliadora: si comenzara a llover por la acción de nubes cargadas (fuerza activa) sobre un suelo pasivo (fuerza receptiva), y no existiera una fuerza que equilibrara el proceso —presión atmosférica, cambio de temperatura, viento—, la lluvia no se detendría nunca. El mundo acabaría anegado.

Del mismo modo, una persona que desea cambiar (fuerza activa) y se topa con su propia inercia, miedo o programación interna (fuerza pasiva), no podrá transformarse sin una tercera fuerza que lo reconcilie: la conciencia despierta, el amor, la guía, o el recuerdo profundo de su propósito.

Ejemplos universales

  • En la Trinidad cristiana: Padre (activo), Hijo (pasivo), Espíritu Santo (conciliador).
  • En la filosofía india: los tres gunassattva, rajas y tamas— operan como fuerzas de equilibrio en la manifestación.
  • En la alquimia espiritual: azufre, sal y mercurio representan las tres fuerzas esenciales que producen la transmutación.

Todo proceso de transformación real requiere la presencia de estas tres fuerzas. Y cuanto más consciente sea la acción de la fuerza conciliadora, más profundo y duradero será el cambio.

II. La Ley de Siete: el ritmo oculto del cambio

Nada en la vida se mueve en línea recta. Todo proceso natural, espiritual o humano sigue una ley de octavas. Esta ley, conocida como la Ley de Siete, explica por qué los propósitos se debilitan, por qué los ideales se corrompen, por qué tantos comienzos nobles terminan en formas degradadas.

En música, una octava está compuesta por siete notas:

Do - Re - Mi / (intervalo) / Fa - Sol - La - Si / (intervalo) / Do

En esta secuencia hay dos intervalos críticos, o semitonos:

  • Entre Mi y Fa
  • Entre Si y Do

Estos espacios representan puntos de desviación. Si no se introduce un choque consciente, el proceso se desintegra, cambia de dirección o se olvida. Así sucede con la mayoría de nuestras resoluciones: empiezan con entusiasmo, encuentran un obstáculo y, sin intervención, se diluyen.

En las culturas ancestrales, los momentos clave de los ciclos agrícolas, solares o comunitarios eran santificados mediante rituales, ofrendas y sacrificios. Hoy nos horroriza el sacrificio humano, pero su simbolismo revela una comprensión olvidada: todo proceso necesita un choque consciente, un acto deliberado, para atravesar los puntos de desviación.

El sacrificio era esa ofrenda —externa o interna— que recordaba al pueblo su vínculo con lo sagrado y canalizaba la energía necesaria para pasar el umbral.

En la vida espiritual, el sacrificio sigue siendo indispensable. Ya no ofrendamos cuerpos, pero sí debemos ofrecer nuestras comodidades, automatismos, miedos y deseos. Sin sacrificio no hay renacimiento. Sin entrega, no hay ascenso.

Incluso en un campo de fútbol, la ley de siete actúa. Un equipo comienza el partido con fuerza (Do-Re-Mi), pero tras un gol en contra (el intervalo), se desorganiza y decae. Entonces la hinchada local se levanta en gritos, cantos, fuerza emocional colectiva. Ese empuje, sin saberlo, es el choque externo necesario que restablece la energía del proceso:

  • El equipo renace, cambia el ánimo, recupera ritmo.
  • El juego se eleva. A veces incluso se da vuelta el resultado, como si algo invisible hubiera intervenido.

Muchos entrenadores lo saben intuitivamente: por eso animan al público, piden su grito, su fuego. Cholo Simeone es uno de ellos. No es sugestión: es ley.

III. Las dos leyes en el camino espiritual

El verdadero trabajo interior requiere aplicar ambas leyes:

  • La Ley de Tres nos recuerda que todo cambio necesita tres fuerzas: no basta con el deseo (activo) ni con la resistencia (pasiva); se necesita también la conciencia despierta (conciliadora).
  • La Ley de Siete nos muestra que todo proceso tiene puntos críticos donde debemos intervenir de forma deliberada para no caer en la inercia.

Todo lo valioso requiere un comienzo inspirado, una resistencia que lo pruebe, y una conciencia que lo mantenga. Y todo lo verdadero necesita ser alimentado, sostenido, protegido de las desviaciones inevitables del tiempo.

IV. Ecos en otras tradiciones

Estas leyes no son exclusivas del sistema de Gurdjieff o del Cuarto Camino. Aparecen bajo otros nombres en múltiples sabidurías:

  • En los Upanishads, se sugiere que el mundo emerge por el juego de los tres poderes del Ser (Sat-Chit-Ananda).
  • En el yoga, la ascensión por los siete chakras refleja una octava evolutiva hacia la conciencia plena.
  • En el budismo tibetano, las prácticas avanzadas requieren entender ritmos, obstáculos y fuerzas que deben conciliarse en uno mismo.
  • En el sufismo, el danzante gira como representación del movimiento de las octavas, buscando el centro que todo lo reconcilia: el corazón.

El universo es música. No música metafórica, sino ritmo y vibración real. Somos notas de una gran sinfonía que no escuchamos porque olvidamos nuestra parte. Pero al conocer estas leyes, al vivirlas, el alma comienza a recordar su lugar.

No basta con desear el cambio: es necesario comprender el ritmo que lo guía y la armonía que lo sostiene. Cada proceso tiene sus tiempos, sus pausas, sus desafíos. Y, sobre todo, hay que recordar que, entre el entusiasmo inicial y la posible caída, existe una fuerza silenciosa y poderosa que siempre está al alcance: la conciencia despierta.

Para profundizar

Estas leyes aparecen de forma implícita en varias de mis obras. Si deseas ahondar en su aplicación práctica y espiritual, te recomiendo:

  • Peregrinos de la Eternidad: la evolución del alma a través de vidas y pruebas.
  • El Camino hacia la Paz Interior: guía vivencial del trabajo interior y el despertar consciente.
  • La Ciencia de la Sagrada Palabra AUM (Tomo II): vibración, octavas y el misterio del Verbo creador.
  • Lo que la Ciencia Olvidó: integración de ciencia, filosofía y sabiduría ancestral.
  • Dios Existe: la visión metafísica del orden universal, el alma y la Divinidad.
Paz a todos.

 

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