Aborto y guerra: el colapso de la conciencia
José Manuel Fernández Outeiral
Cuando
una sociedad deja de reconocer que la vida es sagrada desde su origen, no
avanza: retrocede en conciencia y evolución. La barbarie no siempre actúa con
bombas… a veces se practica en silencio, con guantes blancos y respaldo legal.
Vivimos
en una era en la que la información fluye a todas horas. Las imágenes de
destrucción en Gaza, los bombardeos, los niños mutilados, hombres y mujeres
asesinados, las ciudades convertidas en escombros, circulan con una intensidad
que sacude la conciencia colectiva. La guerra, como respuesta a la guerra, se
muestra al mundo como un horror perpetuado. Y con razón, los medios lo
denuncian. Hablan del dolor, del sufrimiento, de la barbarie. Como sociedad,
nos decimos civilizados y decimos también: "Esto no debería estar
ocurriendo".
Pero
hay otra guerra silenciosa, extendida por el planeta entero, que no recibe
titulares diarios ni imágenes de cuerpos destrozados. Es una guerra que se
libra dentro de clínicas, quirófanos y despachos legales. Una guerra que no se
cubre con cascos ni metralletas, pero sí con guantes quirúrgicos y leyes que
amparan la muerte. Esa guerra es el aborto.
La
visión filosófica: la vida como valor universal
Desde
Platón y Aristóteles hasta Confucio, Buda, Spinoza, Kant y Tolstói, la vida ha
sido entendida como el bien más fundamental. Para muchos de estos sabios, la
vida no es un accidente biológico, sino una oportunidad sagrada para
desarrollar la virtud, alcanzar la verdad o realizar el ser.
Para
Sócrates, era preferible sufrir una injusticia antes que cometerla. Para Kant,
ningún ser humano debe ser tratado como medio, sino siempre como un fin en sí
mismo. Para los estoicos, cada ser vivo participa de la razón universal, el
logos. Y para los filósofos orientales, como Buda o Lao-Tsé, la vida es una
manifestación preciosa del principio cósmico que debe ser respetado y
protegido.
Cuando
una civilización degrada la vida humana a una cuestión de conveniencia, rompe
con esa tradición milenaria de sabiduría. El aborto, lejos de ser una
liberación, se convierte así en una negación activa de los principios éticos
más universales.
La
visión religiosa: toda vida es sagrada
Las
grandes religiones de la humanidad —el cristianismo, el judaísmo, el islam, el
hinduismo y el budismo— coinciden, desde distintos enfoques, en la sacralidad
de la vida.
- El
     cristianismo afirma que todo ser humano es creado a imagen y
     semejanza de Dios, y que ya en el vientre materno Dios conoce y ama a cada
     ser (Salmo 139).
- El
     islam sostiene que el alma es insuflada por Allah en el feto en
     etapas muy tempranas, y el aborto es gravemente condenado, salvo en casos
     extremos.
- El
     judaísmo venera la vida como un don de Dios, aunque permite
     excepciones médicas con dolorosa cautela.
- El
     hinduismo considera el alma eterna (ātman), y el aborto es visto
     como una forma de violencia (himsa).
- El
     budismo, fiel a su principio de no-daño (ahimsa), rechaza toda
     forma de eliminación de vida consciente.
Desde
cualquier punto de vista religioso serio, el aborto no es una elección
moralmente neutra: es la eliminación deliberada de una vida en formación.
¿Cuántos
mueren en las guerras, cuántos por aborto?
Las
cifras de muertos por conflictos armados, si bien estremecedoras, son superadas
con creces por el número de abortos realizados cada año en el mundo. Según
estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), se producen
alrededor de 73 millones de abortos anuales. Esto equivale a más de 200.000
vidas humanas eliminadas cada día.
Comparemos:
la guerra en Siria ha causado unas 500.000 muertes desde 2011. El conflicto en
Ucrania, decenas de miles. La guerra en Gaza desde 2023 ha dejado más de 30.000
muertos. ¿Y el aborto? Solo en 2023, superó los 70 millones.
Si
la muerte de civiles inocentes en una guerra es motivo de escándalo moral y
político, ¿por qué no lo es la muerte legalizada de millones de seres humanos
no nacidos? ¿Cuál es la diferencia esencial entre un niño asesinado en una
escuela bombardeada y un niño eliminado en el vientre de su madre?
Mundos
desiguales: aborto y desarrollo
Otra
dimensión que rara vez se analiza es la desigualdad entre países en cuanto al
acceso a métodos anticonceptivos y educación sexual. En regiones del mundo con
pobreza extrema, escasa educación, estructuras patriarcales rígidas y falta de
recursos sanitarios, muchas mujeres se ven arrastradas a embarazos no deseados
sin medios para prevenirlos ni apoyo para afrontarlos.
Pero
en los países desarrollados —donde existen todos los métodos de planificación
familiar, educación sexual integral, subsidios sociales y recursos médicos— el
aborto no puede justificarse como resultado inevitable de la precariedad.
En esos países,
el aborto se convierte en muchas ocasiones en una herramienta de comodidad, una
salida fácil, una opción respaldada por leyes que deshumanizan lo que ocurre en
el vientre materno.
Una
realidad silenciada: aborto y muerte materna
En
muchos países en desarrollo, el aborto no solo implica la pérdida de una vida
no nacida, sino también la de la madre. De hecho, el aborto inseguro es una de
las principales causas de mortalidad materna. Las mujeres, muchas veces sin
acceso a métodos anticonceptivos ni educación sexual, enfrentan embarazos no
deseados en condiciones de precariedad extrema.
Pero
esto no debe convertirse en excusa para legalizar universalmente la eliminación
de vidas humanas. Muy al contrario: estas mujeres deberían ser las primeras
en ser protegidas y educadas, no empujadas a procedimientos que atentan
también contra su salud física y psicológica.
Cuando
desde países desarrollados se argumenta que ilegalizar el aborto causaría más
muertes de mujeres, se omite una verdad elemental: el embarazo hoy es
perfectamente evitable con los medios actuales. Reconocer que no lo es
sería admitir que los seres humanos no tienen control sobre sus actos —como si
no fuesen racionales ni responsables— y eso es inadmisible para una sociedad
que se dice civilizada.
Europa
y España: legalidad vs humanidad
Europa,
que tanto habla de derechos humanos y de valores democráticos, ha convertido el
aborto en un derecho casi sagrado. En países como Francia, Bélgica o España, se
legisla no solo para permitir el aborto, sino para blindarlo contra cualquier
objeción. En España, desde la reforma de 2010, y más recientemente con la ley
de 2023, se permite el aborto sin necesidad de justificación hasta la semana 14
de gestación, y en ciertos casos hasta la semana 22.
Lo
que se recoge en todas estas leyes es el derecho de la mujer a decidir, como si
esa misma mujer —salvo casos excepcionales de abuso, coerción o desconocimiento
real— no tuviese ninguna responsabilidad en la prevención del embarazo. La
legislación ignora deliberadamente la dimensión ética previa: la de actuar con
responsabilidad antes de concebir una vida, en lugar de otorgar el derecho
absoluto a terminarla después.
Se
protege el aborto como si se tratara de un avance civilizado, mientras se
silencia lo que en esencia representa: la interrupción de una vida humana en su
etapa más vulnerable. Se invierte el discurso: lo que es tragedia se llama
derecho; lo que es conciencia se llama opresión.
Y
no olvidemos: el
hombre no queda exento. La responsabilidad en la gestación es compartida. Pero
es la mujer quien carga con el mayor peso ético, emocional y físico. Por eso,
convertir el aborto en un "derecho" sin exigir responsabilidad previa
es una injusticia doble: hacia el hijo… y hacia ella misma.
Además, el hombre no puede comportarse como algunos machos del mundo animal, que tras la cópula abandonan toda obligación y desaparecen. Un ser humano no es solo un cuerpo biológico, es un alma encarnada, con conciencia, deber y dignidad. El hombre no solo es macho: es padre. Y como tal, tiene el deber moral de sostener la vida que ha contribuido a engendrar.
La
banalidad del sexo y la degradación de la vida
Vivimos
en una sociedad que se autoproclama civilizada, pero que ha convertido el sexo
en un derecho absoluto, despojado de todo contenido espiritual, afectivo o
trascendente. En nombre de la libertad, se exalta un sexo puramente instintivo,
animalizado, sin responsabilidad ni conciencia.
¿Y
el resultado? Que cuando la vida aparece como consecuencia natural de ese acto,
se la elimina. El derecho al sexo sin consecuencias se ha impuesto —cultural y
legalmente— por encima del derecho a vivir. Como he expuesto en mi obra sobre
el amor y la energía sexual, el sexo es mucho más que placer momentáneo: es una
fuerza sagrada de creación, de unión, de entrega. Convertirlo en
entretenimiento o consumo vacía no solo el alma, sino también la ética.
Una
sociedad que protege el sexo, pero descarta la vida está profundamente
confundida respecto a lo que significa “progreso”.
¿Dueña
del vientre… o del otro ser?
La
frase “el vientre es mío y tengo derecho a decidir” parte de una afirmación
que, aunque legítima en lo corporal, omite una verdad fundamental:
dentro de ese vientre hay otro cuerpo, otro ser humano con su propio
código genético, su propio latido, su futuro interrumpido.
Nadie
discute que la mujer tenga derechos sobre su cuerpo. Pero el embrión o feto no
es un órgano, ni una extensión del útero, ni un tumor a extirpar. Es un ser
distinto, vulnerable, no elegido, pero sí existente. Decidir sobre él no
es ejercer libertad, sino asumir el poder de dar muerte a quien no puede
defenderse. 
Es
como si alguien dijera: “esta casa es mía, y tengo derecho a decidir si dejo
vivir o morir al bebé que está dentro”. La propiedad del espacio no otorga
propiedad sobre la vida que contiene. La biología no miente: el embarazo no es
una parte del cuerpo de la mujer, es la gestación de otra persona dentro de
ella.
Su
madre no lo eligió a él, pero él eligió a su madre. Y eso, para quien tiene una
mirada espiritual, no es casualidad: es vínculo, es destino, es una llamada al
amor.
Una
cultura que banaliza la vida
Lo
que ambos horrores tienen en común —la guerra y el aborto— es una misma raíz:
la negación del valor de la vida humana. En un caso por acción armada, en otro
por acción clínica. En ambos, la vida se convierte en algo descartable,
condicionado, sujeto a decisiones que no le pertenecen.
Desde
la perspectiva espiritual de Oriente, especialmente en las tradiciones hindú y
budista, la vida no comienza con el nacimiento, ni termina con la muerte: el
alma (ātman) es eterna y busca reencarnar para evolucionar. En ese contexto,
los padres no son creadores de vida, sino intermediarios: portales por
los que un alma anhela volver al mundo material para continuar su camino de
aprendizaje.
El
aborto, entonces, no solo elimina una vida biológica en formación, sino que interrumpe
un anhelo profundo del alma por encarnarse. Se frustra un destino, se
desvía una posibilidad espiritual. Desde esa mirada, abortar no es solo cortar
una gestación, sino cerrar la puerta a un alma que ha elegido materializarse en
una nueva vida con propósito.
Hemos
aprendido a escandalizarnos por las bombas, pero no por los bisturíes. Nos
estremecemos por la muerte de niños en Gaza, pero no por la de millones de
niños invisibles en el vientre materno.
No
hay verdadera civilización mientras la vida humana no sea sagrada desde el
principio hasta su fin natural.
Conclusión:
la barbarie legalizada
Si
una sociedad considera progreso eliminar a los más débiles en nombre de la
libertad, entonces no es una sociedad civilizada. Es una sociedad técnica,
legalista, que ha sustituido la compasión por la conveniencia y la conciencia
por el silencio cómodo. El aborto no es solo un drama personal. Es un crimen
institucional, sistemático y global. Si los medios hablaran de ello con el
mismo énfasis que hablan de las guerras, tal vez comenzaríamos a despertar de
esta anestesia moral.
No
hay paz verdadera sin amor a la vida. Y no hay amor a la vida si no se defiende
desde su origen.
¿Seremos
capaces, como humanidad, de mirar con los mismos ojos al niño en Gaza y al niño
en el vientre?  Solo entonces mereceremos
llamarnos civilizados. 
Paz
a todos —desde el principio de la vida hasta su último aliento.
Fuentes
y recursos utilizados
- Organización
     Mundial de la Salud (OMS): estimaciones globales de abortos anuales
     (https://www.who.int/news-room/fact-sheets/detail/abortion)
- Instituto
     Guttmacher: datos estadísticos sobre aborto en el mundo y por regiones
     (https://www.guttmacher.org/)
- ACNUR,
     ONU y Cruz Roja: cifras de muertes en conflictos armados recientes (Siria,
     Ucrania, Gaza)
- Legislación española sobre el aborto: Ley Orgánica 2/2010 y Ley Orgánica 1/2023


 
 
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