Una visión humana ante la violencia en la pareja: un drama no resuelto
Este manifiesto nace del dolor de ver vidas truncadas, familias destruidas y heridas que no cicatrizan. Propone una mirada más humana, profunda y valiente ante un drama aún no resuelto.
Introducción
La
violencia en la pareja sigue siendo, en pleno siglo XXI, un drama no resuelto
en nuestras sociedades. A pesar de las leyes, de las campañas de sensibilización
y de los avances en la protección de las víctimas, los casos de agresión —y en
demasiados casos, de muerte— siguen repitiéndose con una frecuencia
inaceptable.
La
gravedad del problema no admite discusión. Cada agresión no solo destruye la
vida de la víctima directa, sino que deja una estela de dolor en sus familias,
sus hijos, sus entornos. También, aunque a menudo se olvide, arrastra al propio
agresor hacia la destrucción personal y social.
Hoy
existe un consenso claro: la parte a proteger es la mujer. Esto es cierto y
justo. La protección inmediata de la víctima debe ser siempre una prioridad
absoluta.
Sin embargo, limitar la respuesta a la protección de la víctima y al castigo
del agresor, aunque imprescindible en primera instancia, resulta insuficiente
para resolver el fondo del problema.
El
ciclo de violencia se repite. El mismo agresor, si no es reeducado, reincide.
Nuevas víctimas aparecen. Nuevas familias son destruidas. Y el drama se
perpetúa, generación tras generación, como una enfermedad social no curada.
Frente
a esta realidad, creemos necesario plantear una visión más amplia, más humana y
más profunda: una respuesta que proteja a la víctima, pero que también trate y
sane al agresor como ser humano enfermo, evitando que el daño se repita.
La visión actual y sus
limitaciones
La
respuesta actual ante la violencia en la pareja, tanto a nivel legal como
social, se centra en dos ejes principales: la protección inmediata de la
víctima y el castigo del agresor.
La
protección de la mujer amenazada o agredida es, sin duda, una medida urgente y
necesaria. Órdenes de alejamiento, dispositivos de vigilancia, asistencia
jurídica, casas de acogida y protocolos de intervención rápida han salvado
numerosas vidas. Estos mecanismos deben ser defendidos y perfeccionados
constantemente.
En
paralelo, el agresor es sometido a procesos penales que, en muchos casos,
derivan en prisión, multas o medidas de alejamiento. Se busca así aislar el
peligro y disuadir a posibles reincidentes.
Sin
embargo, esta estrategia, aun siendo necesaria, se muestra insuficiente a largo
plazo. Cuando el agresor cumple su condena o termina las medidas cautelares, la
raíz emocional que dio origen a la violencia suele permanecer intacta. El mismo
individuo puede reincidir con la misma pareja —si persiste el vínculo— o con
nuevas víctimas en el futuro. El patrón se reproduce, no por simple elección
consciente, sino por heridas emocionales y patrones de comportamiento no
resueltos.
El
enfoque actual trata los síntomas de la violencia, pero no cura su causa
profunda. No se trabaja, en la mayoría de los casos, en la reeducación
emocional ni en la rehabilitación afectiva del agresor. Se confía en que el
miedo al castigo sea suficiente para impedir futuras agresiones, pero los
hechos demuestran que esto, por sí solo, no basta.
De
este modo, el dolor se perpetúa: nuevas víctimas, nuevas familias heridas,
nuevos niños marcados de por vida por el trauma.
No
puede considerarse resuelto un drama humano cuando se limita a separar a las
partes sin sanar las raíces que lo originaron.
Es
necesario dar un paso más allá: proteger, sí, pero también curar y transformar,
para romper de verdad el círculo de la violencia.
Medidas actuales de
protección y su alcance
España
ha sido uno de los países que más ha desarrollado un marco legal específico
para afrontar la violencia en la pareja, especialmente la violencia contra la
mujer.
El pilar fundamental es la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de
Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, que establece
un conjunto de mecanismos legales, sociales y asistenciales orientados a
proteger a las víctimas y sancionar a los agresores.
En
2017, el Pacto de Estado contra la Violencia de Género reforzó este
marco legal, ampliando recursos, financiación y medidas de prevención, sin
modificar la esencia de la ley original.
Entre
las principales medidas destacan:
- Órdenes
de alejamiento
y prohibiciones de comunicación, dictadas por jueces para impedir
el contacto entre agresor y víctima.
- Dispositivos
de control telemático,
como pulseras GPS, que permiten monitorizar el cumplimiento de las órdenes
de alejamiento.
- Casas
de acogida y recursos habitacionales, que ofrecen refugio temporal seguro a las
mujeres en situación de riesgo.
- Atención
psicológica, social y jurídica
gratuita para las víctimas, a través de los servicios sociales y
especializados.
- Campañas
de concienciación
y programas educativos dirigidos a sensibilizar a la sociedad sobre el
problema.
- Intervenciones
con agresores:
en algunos casos, existen programas de reeducación y tratamiento
psicológico en centros penitenciarios o como medida alternativa, aunque su
aplicación no es sistemática ni obligatoria en todos los casos.
Estas
medidas han logrado importantes avances: muchas mujeres han salvado su vida
gracias a la protección legal, y la sensibilización social ha aumentado
notablemente en las últimas décadas.
Sin
embargo, los datos de reincidencia y los asesinatos que se siguen produciendo
demuestran que este enfoque es insuficiente. La protección es imprescindible,
pero no corta de raíz el problema. El agresor, salvo excepciones, no recibe un
tratamiento emocional profundo que le permita reconocer, comprender y
transformar las raíces de su violencia.
La
intervención suele llegar demasiado tarde, cuando el daño ya ha sido causado, y
se limita a apartar y castigar, sin ofrecer un verdadero proceso de sanación
interior.
Es
aquí donde creemos que debe plantearse un cambio de enfoque que permita romper
el ciclo de la violencia de forma duradera.
Nuestra
propuesta: proteger, tratar y sanar
Proteger
a la víctima debe seguir siendo, como hasta ahora, la prioridad inmediata.
Toda persona amenazada o agredida debe ser defendida de manera rápida, eficaz y
sin fisuras. Separar físicamente a víctima y agresor es un primer paso
imprescindible para evitar el daño.
Pero
proteger no basta. Si solo apartamos al agresor sin atender a las causas
profundas que lo llevaron a la violencia, el problema se aplaza, no se
resuelve. La historia se repite: nuevas víctimas, nuevos dramas, nuevas vidas
destrozadas.
Proponemos
un enfoque más completo, humano y valiente:
1.
Protección inmediata y tratamiento psicológico desde la primera denuncia.
Ante
cualquier denuncia formal de maltrato —sea presentada por la propia víctima, su
entorno o un ciudadano—, los servicios sociales especializados deben intervenir
con discreción y respeto, evitando la exposición pública y el juicio
anticipado.
Ambos
miembros de la pareja deben ser sometidos a una evaluación psicológica
inmediata. El objetivo es detectar dinámicas de riesgo, dependencia emocional,
patrones de violencia o sumisión, y actuar antes de que ocurra una tragedia.
Si
se considera necesario, se establecerá una separación temporal obligatoria
mientras ambos reciben tratamiento, protegiendo especialmente a la parte
vulnerable.
El
tratamiento psicológico, tanto para el agresor como para la víctima, debe ser
concebido como una medida de protección y sanación, no como un castigo.
Especial
atención deberá prestarse a los hijos, si los hubiera, protegiéndolos tanto
física como emocionalmente durante todo el proceso.
2.
Tratamiento obligatorio y continuado para el agresor condenado.
En
caso de condena, el tratamiento psicológico debe ser obligatorio y formar parte
del cumplimiento de la pena.
Este
tratamiento debe incluir:
- Evaluación
profunda y personalizada.
- Programas
de reeducación afectiva, gestión de la ira, autoestima y resolución de
conflictos.
- Terapias
orientadas a transformar patrones de dependencia, frustración y miedo.
- Seguimiento
prolongado tras la salida de prisión o el fin de las medidas judiciales.
La
finalidad no es preservar la relación de pareja, sino rehabilitar al individuo
como ser humano, evitando futuras agresiones.
3.
Prevención educativa desde edades tempranas.
Romper
el ciclo de la violencia exige sembrar conciencia en las nuevas generaciones.
Proponemos
incluir de forma obligatoria en los programas educativos:
- Formación
en gestión emocional, comunicación respetuosa y resolución pacífica de
conflictos.
- Educación
afectivo-sexual basada en el respeto, la libertad, la empatía y la
responsabilidad emocional.
- Información
clara sobre las dinámicas tóxicas en las relaciones, enseñando a
reconocerlas y evitarlas.
- Concienciación
sobre el impacto de la pornografía: explicar desde edades tempranas los efectos
distorsionadores que el consumo precoz de material pornográfico puede
tener sobre la percepción del amor, la sexualidad y el respeto al otro.
La pornografía trivializa y cosifica las relaciones humanas, sembrando patrones de violencia, sumisión y deshumanización que luego se trasladan, en muchos casos, a la vida real.
La
educación emocional debe ser entendida como una cuestión de salud pública y de
prevención social, no como un simple añadido opcional.
4.
Apoyo psicológico real y accesible para las víctimas.
Además
de la protección física y legal, las víctimas deben contar con apoyo
psicológico efectivo, accesible y prolongado en el tiempo.
Sanar
las heridas emocionales es esencial para evitar que el trauma las acompañe toda
la vida o se repita en futuras relaciones.
La
reconstrucción de la autoestima, la confianza y la autonomía personal debe ser
parte fundamental del proceso de recuperación.
No
basta con proteger a las víctimas: hay que ayudarlas a sanar.
No
basta con actuar sobre las emergencias: hay que sembrar conciencia y curar las
raíces.
Solo
una respuesta verdaderamente humana, profunda y preventiva puede, algún día,
cerrar de verdad esta herida social que tanto sangra.
Conclusión
La
violencia en la pareja no es solo un delito: es una herida social profunda que
sigue sangrando, a pesar de todos los esfuerzos realizados.
Proteger
a las víctimas y sancionar a los agresores es imprescindible, pero no
suficiente.
No basta con contener el daño: es necesario ir a la raíz, comprender, sanar y
prevenir.
Proponemos
una visión más humana y más valiente: Una respuesta que proteja de inmediato,
pero que también trate emocionalmente a quienes cruzan la frontera de la
violencia. Una respuesta que no se conforme con separar cuerpos, sino que
aspire a transformar almas. Una respuesta que siembre, desde la infancia, una
conciencia nueva sobre el respeto, el amor y la responsabilidad afectiva.
Creemos
que es posible romper el ciclo de la violencia. Pero no será con más odio, ni
con castigos ciegos, ni con indiferencia. Será con coraje, con compasión
lúcida, y con la voluntad firme de sanar lo que, hoy, aún sigue roto.
Cada
vida rescatada, cada ser humano sanado, será una victoria no solo para ellos,
sino para todos.
Este
drama no está resuelto. Pero puede estarlo, si tenemos el valor de mirar más
allá del castigo, y apostar por la transformación real.
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