El drama humano: el juego de Dios
Sin la certeza de la eternidad, la vida sería un divertido sainete para Dios y un drama para el ser humano.
José Manuel Fernández Outeiral
La
sabiduría y la guerra: un misterio del alma colectiva
Desde
tiempos inmemoriales, los sabios de todas las culturas han dejado un legado de
luz: Vedas, Upanishads, Evangelios, Dhammapada, Tao Te Ching, textos sufíes,
enseñanzas filosóficas, místicas y espirituales de Oriente y Occidente. Y, sin
embargo, la humanidad parece repetir sin cesar la misma tragedia: guerras,
matanzas, fanatismo, violencia organizada.
¿Cómo
puede ser que, disponiendo de tanta sabiduría, la humanidad se autodestruya?
¿Cómo se explica que el conocimiento no evite el sufrimiento? Desde la
perspectiva de los Vedas, esta paradoja encuentra una explicación profunda en
el concepto de Lila.
Lila: el juego de Dios
Lila significa "juego" u
"obra divina". En la cosmovisión védica, el universo no es un error
ni un castigo: es una expresión de la divinidad jugando a ser muchos. Brahman,
el Uno sin segundo, se manifiesta como multiplicidad, se oculta a sí mismo en
la materia, en la mente, en la individualidad, y luego se redescubre a través
del despertar.
El juego
incluye luz y sombra, sabiduría e ignorancia, gozo y sufrimiento. No se trata
de justificar la violencia, sino de entender que forma parte del ciclo de
ocultamiento y revelación. El alma, envuelta en maya (ilusión), se identifica
con lo pasajero y actúa desde el miedo, el deseo, la separación. De ahí surgen
el odio, la codicia, la guerra.
La
función del contraste
Bhagavan
Das decía: “El alma humana aprende por contraste. No conoce la luz sino a
través de la sombra. No reconoce la eternidad sino tras el sufrimiento del
tiempo.”
El
contraste es tan esencial que puede decirse que el Creador nos ha dado dos
alas para volar: una es la luz, la otra es la sombra. Si solo tuviéramos
una, no podríamos elevarnos. Solo el equilibrio entre ambas permite que el alma
emprenda su vuelo hacia la verdad. No se reconoce la luz si no ha habido
sombra. No se anhela la verdad si no se ha sufrido la mentira. No se valora la
paz si no se ha conocido la guerra. Por eso, incluso las grandes catástrofes
pueden despertar conciencias.
¿Hemos
venido a ser felices?
Quizás
una de las grandes confusiones modernas sea la creencia de que hemos venido al
mundo para ser felices. Pero, desde la perspectiva espiritual, no hemos
encarnado para alcanzar una felicidad permanente, sino para evolucionar como
seres conscientes.
El alma
no busca placer, sino expansión. Y la expansión implica transformación,
desafío, cambio. El contraste —el dolor, la pérdida, la incertidumbre— no son
errores del camino, sino parte del proceso de maduración interior.
Ahora
bien, cabe preguntarse:
¿Podemos evolucionar desde la felicidad?
¿Es posible despertar desde la plenitud, o solo lo hacemos cuando el suelo
tiembla?
El
despertar puede llevar a la dicha, sí, pero no es su objetivo. La dicha
es un fruto, no la meta. El despertar es lucidez, comprensión de la unidad,
trascendencia del yo fragmentado. La felicidad que viene con él no es euforia
ni comodidad, sino una serenidad que ya no depende del mundo.
La
responsabilidad del que ya despertó
Pero Lila
no es una excusa para la pasividad. El sabio no se evade del mundo. Participa
en el juego, pero despierto. Sabe que todo es transitorio, pero no por eso deja
de actuar.
Quien ha
visto la verdad tiene una doble responsabilidad: preservar la llama del
conocimiento y aliviar el sufrimiento de los que aún están atrapados en la
ignorancia. El sabio no predica desde el orgullo, sino desde la compasión.
Lila como llamada al recuerdo
Lila no es un teatro vano. Es una
danza que invita al recuerdo. Cada guerra, cada injusticia, cada acto de
crueldad es una llamada a despertar. No para huir del mundo, sino para
transformarlo desde adentro.
Seguramente,
el verdadero progreso no sea técnico ni político, sino espiritual: que el alma
humana, tras milenios de ensayo y error, comience a reconocer la unidad que
subyace bajo todas las formas. Porque cuando se recuerda eso, cesa el juego de
la separación, y comienza la verdadera creación consciente.
La
economía, la guerra, la tecnología, la religión... todo es parte del juego. Pero también lo es el amor, el
silencio, la meditación, el despertar interior. Se llama evolución.
Paz a todos.
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