Las Pirámides, Stonehenge y Baalbek: Civilizaciones... ¿perdidas?
Las Pirámides, Stonehenge y Baalbek: Misterios Antiguos y Civilizaciones Perdidas
José Manuel fernández Outeiral
La sociedad moderna tropieza constantemente con la antigua. Nuestros poetas siguen el ejemplo de Homero, Virgilio, Sófocles, Eurípides, Plauto y Terencio; nuestros filósofos se inspiran en Sócrates, Pitágoras, Platón y Aristóteles; nuestros historiadores toman como referencia a Tito Livio, Salustio y Tácito; nuestros oradores imitan a Demóstenes y Cicerón; nuestros médicos estudian a Hipócrates, y nuestros juristas siguen los escritos de Justiniano. Pero, al igual que nosotros miramos al pasado en busca de inspiración, la antigüedad también tuvo su propio modelo en civilizaciones aún más antiguas. ¿Acaso no es lógico y natural? ¿No es cierto que los pueblos se suceden unos a otros a lo largo de la historia? ¿Debe la sabiduría arduamente adquirida por una nación o civilización quedar confinada en su propio territorio y desaparecer con la generación que la desarrolló? Podemos afirmar, sin caer en lo absurdo, que la esplendorosa, culta y populosa India de hace miles de años dejó una huella imborrable en Egipto, Persia, India, Grecia y Roma, del mismo modo en que estas civilizaciones marcaron su impronta en Occidente.
Es momento de abandonar el prejuicio de que los antiguos concibieron espontáneamente sus más sublimes ideas filosóficas, religiosas y morales, o de que la totalidad de los avances en ciencia, arte y literatura fueron producto exclusivo de la intuición de unos pocos sabios. Tampoco es razonable atribuir toda revelación religiosa a la inspiración divina sin considerar el conocimiento acumulado a lo largo de generaciones.
Más allá del desarrollo espiritual de la humanidad, que es esencial para su evolución, el conocimiento de las civilizaciones antiguas nos proporciona información valiosa sobre la historia del mundo, información que de otro modo sería imposible de obtener. La investigación literaria, por sí sola, encuentra pronto un límite, pues cuando se trata del pasado remoto, se enfrenta a la falta de documentos escritos y solo puede suplir esta carencia mediante la interpretación de inscripciones en piedra. Con estos recursos, podemos retroceder hasta unos cinco mil años antes de la era cristiana, en la dirección de lo que Samuel Laing denominó el "origen del hombre". Sin embargo, existen pruebas tan válidas como los jeroglíficos egipcios que demuestran que el ser humano ha habitado la Tierra durante periodos que la geología aún no puede medir con exactitud, pero que, sin duda, se extienden por millones de años.
Ante esto, nos encontramos con un dilema que solo admite dos alternativas: o bien, durante esos vastos periodos, la humanidad vivió en un estado primitivo, sin superar el uso de las rudimentarias herramientas de piedra halladas junto a sus restos fósiles, o bien, en épocas remotas, alcanzó niveles de civilización cuyos vestigios, como veremos más adelante, no han desaparecido por completo.
Si comparamos estos dos puntos de vista y razonamos únicamente sobre las evidencias accesibles a todos, llegaremos a conclusiones que respaldan la existencia de civilizaciones prehistóricas. En Egipto, los monumentos y papiros traducidos hasta ahora nos remontan a una antigüedad de cinco mil años antes de Cristo. Sin embargo, en ese tiempo ya existía una civilización avanzada, comparable a la grandeza relativamente reciente de la XVIII dinastía egipcia.
Según el egiptólogo alemán Brugsch Bey, Menes, el primer rey de la primera dinastía mencionada por Manetón, desvió el curso del Nilo mediante la construcción de un enorme dique para facilitar la fundación de Menfis. También fue un legislador y se dice que impulsó enormemente el lujo y la pompa de la monarquía, lo que demuestra no solo que era un gobernante civilizado, sino que ya había adoptado ciertos vicios propios de la civilización. Esto sugiere que pertenecía más bien a una época de decadencia que a una fase de progreso ascendente en su país.
Sin embargo, la ciencia ha tendido a considerarlo un personaje primitivo simplemente porque su nombre encabeza la lista de reyes de Manetón, tal como nos ha sido transmitida por citas de escritores clásicos. La obra original de Manetón se perdió probablemente en el incendio de la Biblioteca de Alejandría, pero otros autores mencionan que Manetón hablaba de extensos periodos históricos egipcios previos a la tercera dinastía. Y aun si esto no fuera así, la realidad reflejada en la época de Menes deja claro que su civilización era el resultado de un proceso de desarrollo social que se remontaba a tiempos casi incalculables. Según algunos egiptólogos que actualmente traducen papiros antiguos, para comprender el origen de la civilización egipcia es necesario remontarse no solo cinco mil, sino quince mil años atrás.
Si ahora dirigimos nuestra atención a investigaciones más recientes, observamos que se ha ido acumulando un número considerable de pruebas que respaldan la antigua leyenda del continente perdido de la Atlántida. Los sacerdotes egipcios proporcionaron numerosos detalles sobre este continente a Solón, antepasado de Platón, cuando los visitó. Durante mucho tiempo, los eruditos han considerado esta historia como una simple fábula, sin una razón clara, dado que el constante cambio en la corteza terrestre nos demuestra que gran parte de lo que hoy es tierra firme fue en el pasado lecho marino, y viceversa. Por lo tanto, existe, al menos en términos de probabilidad, la posibilidad de que haya existido un continente como la "mítica" Atlántida.
En los últimos años, estudios sobre el fondo del océano Atlántico han revelado evidencias que sugieren que el lugar atribuido a la Atlántida coincide con grandes elevaciones submarinas que pudieron haber sido tierras emergidas en una configuración geológica anterior. Además, la arqueología comparada ha identificado similitudes en el simbolismo prehistórico y en las ruinas de México y América Central, por un lado, y Egipto y Siria, por otro. Esta conexión nos lleva a considerar la existencia de un origen común, que solo la Atlántida podría explicar.
La cuestión de la Atlántida es de enorme importancia y, hasta ahora, me he referido únicamente a los razonamientos que respaldan su existencia pasada desde una perspectiva accesible para el hombre moderno. Un análisis exhaustivo de las pruebas meramente externas sobre este tema sería demasiado extenso. Todos los estudiantes de teosofía, e incluso aquellos que han leído libros teosóficos, saben que las enseñanzas transmitidas al mundo sobre los orígenes de la humanidad y los inicios del movimiento teosófico están estrechamente ligadas a la creencia en la existencia de la Atlántida. Como he mostrado, esta idea está cobrando cada vez más aceptación entre quienes no tienen ninguna conexión con la teosofía.
Según todas las fuentes teosóficas, la humanidad evoluciona a través de una serie de grandes razas-raíces, y la civilización atlante fue la que precedió directamente a la nuestra. No afirmo esto de manera absoluta, ya que el método de enseñanza de la teosofía, especialmente entre sus más destacados exponentes, se opone a las declaraciones categóricas. Los Maestros de la ciencia oculta enseñan a sus discípulos cómo despertar sus propias facultades internas latentes, permitiéndoles descubrir la verdad por sí mismos. Ya sea en lo relativo a los distintos planos de la naturaleza y a niveles de conciencia superiores al nuestro, o a periodos de la historia del mundo anteriores al actual, el estudiante debe desarrollar su propia percepción directa. Hasta que logre ese nivel de desarrollo, se le indica que no debe aceptar ciegamente las afirmaciones de aquellos que han avanzado más que él. Sin embargo, es importante mantener un equilibrio entre una actitud de servilismo mental y una incredulidad cerrada, propia de una mente limitada.
Para el estudiante teosófico que ha encontrado razones para confiar en el conocimiento y la buena intención de los Maestros de sabiduría, las afirmaciones que estos hacen sobre la Atlántida y su papel en la evolución de la humanidad tienen un peso considerable.
Aquellos que han desarrollado ciertas capacidades cuentan con una herramienta de investigación que les permite acceder a gran parte de la historia antigua. Se trata de la facultad de percibir, mediante un sentido interno específico, estados y condiciones del pasado relacionados con cualquier lugar u objeto con el que el clarividente entre en contacto. Muchas personas hoy en día desconocen los avances más significativos de la ciencia en este ámbito y, por ello, se muestran escépticas ante la clarividencia. Sin embargo, para quienes han estudiado este fenómeno, rechazar su existencia es tan absurdo como negar el cálculo diferencial simplemente porque no se comprende.
Es cierto que los clarividentes representan solo una mínima fracción de la población, quizá uno por cada mil o incluso uno por cada diez mil. No obstante, su número es suficiente para demostrar que sus capacidades son tan reales como la habilidad ocasional de la mente humana para comprender las matemáticas avanzadas. De hecho, la neurociencia avanza cada día en este campo, explorando las facultades latentes del cerebro humano.
Cualquiera que estudie con paciencia los resultados de las investigaciones psíquicas publicadas en los últimos ciento cincuenta años encontrará pruebas irrefutables de que la clarividencia es una capacidad real de la mente humana. Numerosos experimentos en el campo del magnetismo han demostrado que el ser humano puede percibir fenómenos físicos, aunque se encuentren alejados en el espacio o el tiempo, sin la intervención de los sentidos físicos.
Existen diversas formas de clarividencia, cada una con sus propias características. La modalidad a la que me refiero ha sido denominada "psicometría" por algunos investigadores, aunque quizás no sea el término más acertado. Esta facultad no es rara en su manifestación más sencilla. He conocido a personas que, sin haber recibido una formación esotérica formal, pueden obtener impresiones sobre alguien con solo tocar una carta escrita por esa persona o apoyarla en su frente, sin necesidad de mirarla o leerla. En algunos casos, incluso pueden describir con precisión la apariencia y el carácter del remitente.
Este fenómeno no es un simple truco de percepción, sino que responde a leyes naturales de gran importancia. La psicometría de objetos o cartas nos lleva a una ley fundamental de la naturaleza, del mismo modo que la atracción de pequeños trozos de papel por un bolígrafo frotado nos introduce en los principios de la electricidad.
Existe un medio natural en el que quedan registradas, de forma permanente e indestructible, todas las imágenes de los acontecimientos que han ocurrido en la Tierra. En la tradición oculta de Oriente, este medio se conoce como Akasha, mientras que los ocultistas medievales europeos lo denominaron "luz astral". Esta luz astral contiene un archivo completo del pasado, accesible para quienes poseen la capacidad de percibirlo e interpretarlo. En comparación con este registro universal, todos los documentos escritos que existen en el mundo resultan insignificantes desde el punto de vista histórico
Para explorar completamente la luz astral se requieren facultades psíquicas de un nivel muy elevado, desarrolladas con precisión científica y respaldadas por un carácter profundamente espiritualizado. Estas cualidades están en posesión de los más avanzados instructores teosóficos, y gracias a su aplicación han podido acceder al conocimiento del pasado remoto del mundo. Sin embargo, esta capacidad no es exclusiva de unos pocos; todos poseemos este potencial en nuestro interior, es parte de nuestra herencia espiritual, nuestra chispa divina.
Digo que este conocimiento se obtiene "parcialmente" a través de la luz astral porque los grandes iniciados del ocultismo también cuentan con documentos escritos heredados de generaciones anteriores. Sus facultades internas les permiten verificar estos registros en cualquier momento. A medida que sus discípulos avanzan en su desarrollo, pueden acceder a un vasto conocimiento histórico a través de la luz astral, que en ocasiones ha sido denominada "la memoria de la Naturaleza".
De hecho, todo recuerdo, incluso el más cotidiano, es una lectura en la luz astral. Sin embargo, las facultades que no han sido desarrolladas mediante métodos ocultos solo permiten acceder a eventos en los que la persona estuvo presente, ya que sus sentidos astrales estuvieron lo suficientemente cerca de esos acontecimientos como para poder revivirlos a voluntad. En cambio, el ocultista, cuyos sentidos astrales son mucho más refinados, puede seguir otras conexiones y corrientes magnéticas —para usar un término técnico—, lo que le permite comprender mejor la naturaleza de la facultad psicométrica.
Los objetos físicos y los vehículos internos de la conciencia humana están conectados por corrientes magnéticas permanentes con los registros astrales que se formaron en su entorno. Un ocultista entrenado, al tocar o sostener un objeto, puede acceder a esas corrientes y conectar sus sentidos astrales con los registros asociados a ese objeto, de la misma manera en que nuestra memoria nos permite revivir escenas de nuestra propia vida.
Por ejemplo, si alguien quiere recordar un lugar que visitó en el pasado, simplemente dirige su pensamiento hacia esa imagen mental y, de algún modo, "vuelve a verlo" internamente. De manera similar, un ocultista puede tocar las piedras de una construcción antigua o simplemente acercarse a ella y seguir el hilo magnético que lo conecta con los eventos del pasado en los que ese lugar estuvo involucrado.
Así, el ocultista puede obtener información sobre las pirámides de Egipto de forma mucho más detallada que la que se puede reconstruir a partir de inscripciones fragmentarias o documentos históricos que han sobrevivido al paso del tiempo. La fiabilidad de la facultad psicométrica en personas que aún no han alcanzado un alto nivel de desarrollo espiritual es una cuestión que debe evaluarse en cada caso particular. Sin embargo, considero que hay suficientes evidencias para confiar en que los relatos obtenidos a través de esta capacidad sobre la Atlántida se acercan mucho a la realidad histórica. Los atlantes, la cuarta raza-raíz, son nuestros antepasados directos, pues nosotros formamos parte de la quinta raza, la raza aria.
Toda la información presentada aquí ha sido recopilada con extremo cuidado a lo largo de años de investigación, en la que han participado múltiples personas con los conocimientos adecuados.
Desde la época de Grecia y Roma, se han escrito miles de volúmenes sobre los pueblos que han dejado su huella en la historia. Se han analizado sus instituciones políticas, creencias religiosas, costumbres sociales y domésticas, y un sinfín de obras en distintos idiomas nos han transmitido, con gran detalle, la evolución del progreso humano.
Sin embargo, debemos recordar que solo poseemos fragmentos de la historia de nuestra quinta raza. Es decir, conocemos los anales de las últimas familias de la sub-raza celta y los de la primera familia del tronco teutónico.
Pero antes de los tiempos de Grecia y Roma, durante los cientos de miles de años que transcurrieron desde que los primitivos arios dejaron sus tierras en la región central de Asia, innumerables civilizaciones nacieron y desaparecieron.
Sobre la primera sub-raza de nuestra raza aria, que habitó en la India y colonizó Egipto en épocas prehistóricas, apenas sabemos nada. Lo mismo ocurre con los pueblos caldeos, babilonios y asirios, que formaron la segunda sub-raza. Los escasos conocimientos que hemos obtenido de los jeroglíficos egipcios y de las inscripciones cuneiformes de Babilonia apenas pueden considerarse historia.
Los persas, que pertenecieron a la tercera sub-raza, la irania, han dejado algunas evidencias. Sin embargo, de las civilizaciones primitivas de la cuarta sub-raza, la celta, no existen registros escritos. Solo cuando los últimos descendientes de este tronco, los pueblos griego y romano, entraron en escena, comenzamos a contar con documentos que nos permiten hablar de un periodo propiamente histórico.
Nuestra ignorancia sobre el pasado corre paralela a nuestra ignorancia sobre el futuro. De las siete sub-razas necesarias para completar el desarrollo de una gran raza-raíz, hasta ahora solo han existido cinco. Nuestra propia sub-raza, la teutónica, ha dado origen a muchas naciones, pero su ciclo aún no ha terminado. Aún quedan por surgir la sexta y la séptima sub-raza, que se desarrollarán en los continentes de América del Norte y del Sur a lo largo de miles de años.
Durante la existencia de la civilización atlante, ocurrieron cataclismos de una magnitud que nuestra quinta raza aún no ha experimentado. La destrucción de la Atlántida no fue un evento único, sino una serie de catástrofes de diversa intensidad: desde grandes cataclismos que arrasaron poblaciones y territorios enteros, hasta hundimientos de menor escala, similares a los que aún ocurren en algunas regiones costeras.
Uno de los ejemplos más recientes es el caso de las Islas Salomón, un archipiélago del Pacífico formado por seis islas grandes y más de mil islas pequeñas, con una población de aproximadamente medio millón de habitantes. En los últimos tiempos, cinco de estas islas han desaparecido bajo las aguas y otras seis están en proceso de hundimiento.
Digo "hundidas" y no "inundadas", porque lo que está ocurriendo es el colapso del suelo terrestre, no un aumento en el nivel del mar.
Volviendo a la Atlántida, hubo cuatro grandes catástrofes que superaron en intensidad a todas las demás.
La primera ocurrió en la era miocena, hace aproximadamente 800.000 años.
La segunda, de menor magnitud, tuvo lugar hace alrededor de 200.000 años.
La tercera, acontecida hace 80.000 años, fue de gran envergadura y destruyó casi por completo el continente atlante, dejando solo una isla, a la que Platón llamó Poseidón. Sin embargo, esta última porción de tierra también desapareció en la cuarta y última gran catástrofe, ocurrida en el año 9.564 a.C.
El estudio del origen de la civilización egipcia nos lleva inevitablemente a una conexión con la raza atlante. Si retrocedemos lo suficiente en la historia de la humanidad, aproximadamente un millón de años atrás, nos encontramos con un periodo en el que la población de la Tierra era muy reducida, con la excepción de los asentamientos de la raza atlante, que habitaban distintas regiones del planeta, además de las que conformaban el propio continente de la Atlántida. De manera similar a como hoy en día la raza caucásica se encuentra dispersa por muchas regiones del mundo, más allá del Cáucaso, los atlantes también se extendieron por diversas tierras.
Sin embargo, las diferentes ramas de una misma raza-raíz pueden variar enormemente entre sí. Así, mientras las civilizaciones atlantes que vivían en la propia Atlántida habían alcanzado un alto nivel de desarrollo y poder, Egipto —al igual que otras regiones— estaba ocupado por un pueblo relativamente primitivo. No obstante, esto no significa que fuera salvaje o bárbaro en el sentido más negativo del término, sino que aún desconocía las artes y costumbres de la civilización desarrollada. Véase el siguiente mapa.
Este mapa representa la superficie de la Tierra tal como era hace un millón de años, cuando la raza atlante alcanzaba su máximo esplendor, antes del primer gran hundimiento, ocurrido aproximadamente hace 800.000 años.
El continente de la Atlántida, como puede observarse, se extendía desde un punto situado unos grados al este de Islandia hasta aproximadamente la ubicación actual de Río de Janeiro, en América del Sur.
Desde Texas —cuyo territorio formaba parte de la Atlántida, al igual que el Golfo de México y los actuales estados del sur y el este de América, incluyendo el Labrador—, el continente se prolongaba a través del océano hasta las Islas Británicas. Escocia, Irlanda y una pequeña parte del norte de Inglaterra constituían uno de sus promontorios. Sus tierras ecuatoriales incluían Brasil y abarcaban toda la extensión oceánica hasta la actual Costa de Oro, en África.
Durante el extenso periodo de hundimiento progresivo de la Atlántida, se llevaron a cabo migraciones masivas hacia otras regiones del mundo. En estas migraciones participaron los miembros espiritualmente más avanzados de la raza atlante. El colapso físico del continente coincidió con la decadencia moral de su civilización. Los adeptos atlantes, al prever el destino de su tierra y la degeneración irreversible de su pueblo, decidieron apartarse. En aquel entorno corrupto y en declive, su influencia ya no podía sostenerse. Su misión era encontrar una comunidad humana más joven y con mayor vitalidad sobre la cual transmitir el impulso espiritual que les había sido encomendado.
En aquel tiempo, gran parte de Europa, especialmente la región oriental, era una vasta marisma, apenas emergida de las aguas del océano que absorbía a la Atlántida. Sin embargo, Egipto, aunque con una geografía muy distinta a la actual, ya estaba habitado, al igual que las tierras cercanas al Mediterráneo oriental. Aproximadamente a mitad del extenso periodo de hundimiento atlante, un gran número de adeptos, junto con muchos de sus contemporáneos no iniciados, se estableció en estas tierras. Con el tiempo, grupos de atlantes también se asentaron en las regiones occidentales de la actual Europa, así como en varias zonas del mundo oriental.
En el territorio que hoy forma parte de las Islas Británicas, aunque en aquel entonces no estaba separado del continente principal, los adeptos atlantes dejaron rastros de su presencia, algunos de los cuales aún perduran. Un ejemplo de ello es Stonehenge, un vestigio de la dispersión atlante, aunque su construcción es posterior a la de las pirámides de Egipto.
Durante un largo periodo, los adeptos atlantes que emigraron a Egipto no intentaron de inmediato educar a la población en las artes de la civilización. Se establecieron en el territorio y, aunque sin duda tuvieron algunos discípulos individuales, su principal labor fue preservar el conocimiento espiritual más elevado. Este saber, por muy difícil que resulte de asimilar para la mayoría de la humanidad en cualquier época, nunca desaparece por completo, aunque en ciertos momentos críticos de la evolución humana su transmisión quede limitada a un reducido número de guardianes.
La influencia espiritual que estos sabios ejercieron sobre la población en la que vivían es un tema que no abordaremos aquí. Sin embargo, está claro que, con el tiempo, la cultura local comenzó a elevarse gracias al contacto con una civilización superior. Además, es innegable que la mezcla de linajes con los atlantes inmigrantes influyó en el desarrollo del pueblo egipcio. Como mencioné antes, no solo los adeptos emigraron, sino que también un gran número de atlantes, que no pertenecían a la élite espiritual, acompañaron a sus maestros en su éxodo y se fusionaron con los habitantes originales de su nueva patria.
Con el paso de los siglos, la semilla que habían sembrado empezó a dar frutos. Los adeptos no solo comenzaron a enseñar, sino también a gobernar, estableciéndose plenamente en Egipto. Las antiguas tradiciones sobre las largas dinastías de Reyes Divinos, que precedieron a las dinastías históricas recogidas por Manetón, no son meras fábulas infantiles, como los críticos materialistas han supuesto erróneamente. Los Reyes Divinos de Egipto fueron, en realidad, los primeros gobernantes adeptos, y su reinado marcó la auténtica edad de oro de Egipto. Este periodo se extendió durante milenios, en un pasado tan remoto que incluso mencionarlo resulta difícil en un mundo donde la mayoría sigue prisionera de una visión de la historia restringida por las interpretaciones medievales de la cronología bíblica.
Si seguimos la historia egipcia hacia atrás, más allá de los primeros monumentos de su civilización, y recurrimos a los archivos inalterables de la Memoria de la Naturaleza, disponibles para aquellos que saben acceder a este vasto museo de registros, no bastará con añadir unos pocos milenios más a las fechas estimadas por los egiptólogos modernos. Será necesario medir el tiempo en términos de la historia atlante. En este contexto, las pirámides fueron construidas en un periodo intermedio entre la primera gran migración de los adeptos atlantes a Egipto y el tiempo en que vivimos hoy. En otras palabras, hace más de 200.000 años.
Dado que su propósito estaba estrechamente vinculado a los misterios ocultos, es imposible obtener de los iniciados actuales una explicación detallada sobre su función original. Sin embargo, se puede inferir que, además de servir como templos y lugares de iniciación (la Gran Pirámide, por ejemplo, alberga más cámaras de las que hasta ahora se han descubierto), uno de sus principales objetivos era proteger objetos tangibles de gran importancia relacionados con los misterios antiguos. Se dice que estos objetos fueron sepultados en la roca y que la pirámide fue construida sobre ellos, con una forma y magnitud específicamente diseñadas para resistir terremotos y posibles sumersiones durante los grandes cambios geológicos que ha experimentado la Tierra.
Este hecho nos revela un aspecto sorprendente de las pirámides, completamente ignorado por la investigación moderna. A lo largo de los extensos periodos en que han existido, la Tierra ha sufrido más de una vez grandes cambios en su superficie, los mismos que algunos geólogos consideran inevitables dentro de su estructura. Los continentes y los lechos oceánicos han alternado entre períodos de elevación y depresión debido a una lenta pulsación del planeta, un proceso comparable a las ondulaciones de un mar en calma que sube y baja de forma casi imperceptible.
Es posible que existan corrientes subterráneas que modifiquen ocasionalmente la intensidad de estos movimientos, amplificándolos o reduciéndolos. Sin embargo, la existencia de estas oscilaciones no puede descartarse de ninguna teoría científica razonable sobre la evolución geológica de la Tierra, aunque los indicios de su manifestación aún sean débiles.
La información oculta sobre este tema nos proporciona registros de algunas de estas ondulaciones geológicas. Después de la construcción de las primeras pirámides, se produjo una de estas grandes alteraciones de la corteza terrestre, relacionada con la inmersión final del último fragmento del continente atlante. Como consecuencia, la región que hoy forma el valle del Bajo Nilo quedó deprimida por debajo del nivel del mar, lo que provocó que el agua cubriera gran parte del norte de África, dejando emergentes únicamente las zonas montañosas cercanas a la costa mediterránea.
En aquel entonces, la costa occidental de África todavía era tierra firme, pero el actual desierto del Sahara era un vasto mar que se extendía hasta la zona que hoy es fertilizada por el Bajo Nilo. Cuando esta enorme ondulación geológica hundió la región, las aguas del océano invadieron el territorio.
El Alto Nilo, en cambio, no quedó sumergido, y allí se refugió gran parte de la población egipcia. No obstante, el cataclismo se produjo con tal violencia que aquellos más arraigados a las tierras bajas no pudieron salvarse. Se me ha indicado que, además de quienes lograron refugiarse en el sur, hubo importantes migraciones hacia el este y el oeste. Durante algún tiempo —aunque no puedo precisar cuánto, más allá de que fue un periodo breve en comparación con los largos ciclos de oscilación de la corteza terrestre—, las pirámides y el territorio circundante permanecieron sumergidos bajo las aguas.
Este dato sugiere que el actual curso del río Nilo no es el mismo que tenía antes de esta convulsión geológica. Se me ha confirmado que el recorrido del Nilo en la época de la construcción de la Gran Pirámide difería notablemente del actual, desde la altura de Tebas.
El templo de Karnak, una de las construcciones más antiguas de Egipto, aunque no tan antigua como la Gran Pirámide, nunca estuvo sumergido. Sin embargo, en el momento de su construcción, el curso del Nilo era distinto al actual, al menos desde la altura de Tebas.
Tras un intervalo cuya duración exacta yo desconozco, el mar se retiró nuevamente del Bajo Egipto y las pirámides quedaron otra vez en tierra firme. En comparación con los grandes cambios geológicos, la repoblación del territorio ocurrió con rapidez, y los adeptos retomaron su gobierno. Me inclino a considerar este periodo como la verdadera edad de oro de la civilización egipcia, ya que la decadencia solo se manifestaría mucho más tarde. Sin embargo, el destino tenía reservado otro golpe para este antiguo Estado.
Cuando la última isla restante de la Atlántida se hundió con enorme violencia hace aproximadamente 11.500 años, una ondulación del lecho oceánico provocó inundaciones catastróficas. Aunque Egipto no volvió a quedar sumergido bajo el océano, sufrió una inundación de tal magnitud que, por segunda vez, su población se vio obligada a huir. No tengo indicios de que el agua haya llegado a cubrir las pirámides, pero sí de que la catástrofe causó la muerte de muchos habitantes y forzó la emigración temporal de la población.
Cuando la inundación finalmente cedió y los habitantes regresaron a la región, comenzó un proceso de deterioro en la espiritualidad y la cultura. Desde el punto de vista oculto, este periodo marcó el principio del declive de la civilización egipcia. Sin embargo, para el egiptólogo moderno, este es el momento que se considera el inicio de la historia egipcia, y tras él algunos investigadores han intentado encontrar rastros del hombre primitivo.
Probablemente, al comienzo de esta fase de decadencia, o poco después, los objetos sagrados que la Gran Pirámide debía preservar fueron extraídos y trasladados a otro país, elegido como el nuevo centro del conocimiento oculto en el mundo. Aunque la antigua sabiduría y religión sobrevivieron en Egipto por un tiempo, y las pirámides continuaron siendo utilizadas como templos iniciáticos, es indudable que el conocimiento profundo sobre su propósito original comenzó a desvanecerse entre la población. Solo los adeptos iniciados continuaban celebrando ceremonias secretas en sus cámaras internas. Sin embargo, con la progresiva degeneración de la sociedad y la dispersión de los últimos sabios, las antiguas tradiciones se fueron perdiendo.
Este proceso explica, entre otras cosas, la proliferación de pirámides en épocas relativamente recientes. En esas nuevas estructuras, los constructores ya no tenían la intención de usarlas para la iniciación en los misterios de la ciencia oculta. En los últimos milenios, se han levantado pirámides a lo largo del valle del Nilo, pero su propósito ya no era el mismo que el de las construidas en la antigüedad más remota. La enseñanza oculta rechaza la teoría convencional de que las pirámides originales fueron tumbas de los monarcas que ordenaron su construcción, aunque sí deja abierta la posibilidad de que algunas de las más recientes hayan sido utilizadas con ese fin. Desde una antigüedad tan remota que las dinastías posteriores ya no tenían conexión con ella, el diseño de las primeras pirámides fue imitado como un simple estilo arquitectónico.
En cuanto a la construcción de la primera pirámide, las mediciones modernas por satélite han revelado que la precisión de los cuatro ángulos de su base tiene un margen de error menor que el que se encuentra actualmente en nuestros instrumentos ópticos más avanzados. Esto da una idea del altísimo nivel de conocimiento de sus constructores. Sin embargo, si visitamos el Museo Egipcio de El Cairo y observamos las herramientas primitivas que allí se exhiben, nos damos cuenta de inmediato de que una estructura con tal nivel de precisión no pudo haber sido construida con esos utensilios rudimentarios.
El sarcófago de la Gran Pirámide no fue utilizado como tumba ni, como sugirió Piazzi Smyth, como un modelo de medidas de capacidad. En realidad, se trataba de una pila utilizada en ceremonias bautismales vinculadas a los ritos de iniciación. En su estructura aún se pueden observar rastros de la avanzada tecnología empleada en su construcción: el método utilizado para perforarlo, ya que cuenta con un orificio de drenaje o vaciado cuyo paso de broca —o lo que fuera el instrumento usado— es tan amplio que nuestra tecnología actual no dispone de medios para reproducirlo con la misma precisión.
Es posible, sin embargo, que en el último periodo de decadencia de la civilización egipcia —al que pertenecen las dinastías recogidas por Manetón— algunos faraones, habiendo perdido el conocimiento del propósito original de las pirámides, continuaran construyendo monumentos similares sin comprender su función real, destinándolos a sus propias tumbas. Se me ha indicado que esto efectivamente ocurrió, pero este hecho no contradice de ningún modo las explicaciones dadas sobre las dos primeras pirámides.
La construcción de la Gran Pirámide ha sido atribuida por la mayoría de los egiptólogos a un rey de la Cuarta Dinastía, comúnmente conocido como Keops, o Khufu en jeroglíficos. Se supone que este monarca la mandó edificar y que, durante toda su vida, fue ampliando su tamaño. Como su reinado fue muy prolongado, se argumenta que esta sería la razón de la monumentalidad del edificio. Sin embargo, la información que poseo indica que Khufu no fue su constructor, sino que solo restauró algunas partes deterioradas y selló ciertas cámaras que anteriormente eran accesibles, aunque se desconocen sus razones para hacerlo. Los propios egiptólogos modernos reconocen que las pruebas que vinculan a Khufu con la construcción de la pirámide son débiles, aunque la repetición constante de esta hipótesis ha hecho que muchos la acepten como un hecho incuestionable.
El manejo de las enormes piedras utilizadas en la construcción de la Gran Pirámide, así como su diseño general, solo pueden explicarse a través del conocimiento de ciertas fuerzas de la naturaleza que se perdieron tras la decadencia de la civilización egipcia y la llegada de la barbarie medieval. La ciencia moderna aún no ha logrado recuperar este conocimiento. Este aspecto debe ser examinado en relación con otras ruinas de la antigüedad, especialmente aquellas construidas en tiempos en los que los adeptos atlantes aún participaban activamente en la vida externa de Egipto y otros territorios de la actual Europa.
Uno de estos vestigios se encuentra en Inglaterra: Stonehenge.
Stonehenge es un misterio que ha desconcertado a los estudiosos tanto como las pirámides de Egipto. La mayoría de los arqueólogos han atribuido su construcción a los druidas de la antigua Britania, quienes, según algunos registros romanos, realizaban en él sus rituales secretos y, en ocasiones, sacrificios humanos. Sin embargo, esta teoría es insuficiente para explicar cómo una cultura primitiva pudo haber manejado los enormes monolitos que conforman el monumento.
Los investigadores han tratado de asignar un origen reciente a Stonehenge, basándose en la falta de documentación histórica en los siglos posteriores a la retirada de los romanos de Britania. Algunos han llegado a sugerir que Stonehenge fue construido en tiempos del rey Arturo para conmemorar una de sus doce grandes batallas contra los invasores paganos. Otros, como Fergusson, aunque aceptan la posibilidad de que el monumento tuviera un propósito religioso, han argumentado que se trata simplemente de un conjunto de piedras conmemorativas de una victoria militar.
Sin embargo, estas hipótesis son profundamente erróneas. Fergusson mismo rechazó la teoría druídica basándose en la imposibilidad de que una civilización primitiva, como la que los romanos encontraron en Britania, pudiera haber erigido semejante estructura. No obstante, en su lugar propuso que los bretones, tras la ocupación romana, podrían haber aprendido de sus conquistadores las técnicas de ingeniería necesarias para levantar Stonehenge. Pero esta teoría ignora un punto fundamental: ni siquiera los romanos poseían la capacidad para manejar y colocar con tanta precisión bloques de piedra tan colosales.
Las piedras superiores de los trilitos de Stonehenge pesan más de 11 toneladas cada una, mientras que las verticales alcanzan las 30 toneladas por pieza. Es absurdo pensar que tales masas pudieron ser movidas y colocadas con precisión geométrica utilizando únicamente fuerza humana. Incluso con la tecnología moderna, sería necesario desplegar recursos mecánicos avanzados para construir un segundo Stonehenge junto al original.
Y el problema no se reduce solo a Stonehenge. Monumentos similares han sido hallados en distintos puntos de Europa, como los restos de Avebury y los numerosos dólmenes que se encuentran en las Islas Británicas, Francia, España y Escandinavia. Intentar explicar la construcción de Stonehenge sin considerar estos otros monumentos es un error. Existen dólmenes cuyo peso supera con creces el de las piedras de Stonehenge.
Por ejemplo, en Cornualles, en la localidad de Constantine, se ha identificado un dólmen con un peso estimado de 750.000 kilogramos. Otro, en Pembrokeshire, es una losa tabular tan grande que cinco jinetes a caballo pueden refugiarse bajo ella.
La pregunta sigue abierta: ¿qué uso tenían estos misteriosos monumentos? Su presencia en múltiples regiones y su avanzada ingeniería sugieren que formaban parte de un conocimiento global que ha sido prácticamente olvidado. La explicación convencional, que los reduce a simples tumbas o altares rituales, no solo es insuficiente, sino que ignora las evidencias que apuntan a un saber perdido que, en tiempos antiguos, permitía la manipulación de materiales de dimensiones colosales con una precisión que ni siquiera hoy podemos igualar.
La hipótesis del rey Arturo deja el misterio tan sin resolver como la teoría druídica. Y la idea de que los bretones pudieran haber adquirido la capacidad de elevar piedras de 750 toneladas solo por haber aprendido algunos conocimientos de ingeniería de los romanos —constructores de caminos, principalmente— es demasiado ingenua para tomarse en serio.
Quienes, como Fergusson, afirman que los monumentos de piedra tosca debieron haber sido construidos en los siglos III y IV, basándose en que después no se construyeron más y en que no pudieron ser erigidos por las primitivas poblaciones salvajes, están, sin darse cuenta, cerrando el camino que podría llevarnos a una explicación basada en una civilización mucho más antigua y avanzada.
Para hacernos una idea de la destreza de los antiguos en la manipulación de enormes bloques de piedra, basta con recordar el traslado del obelisco de la Plaza de la Concordia en París, procedente de Luxor (Egipto). Este obelisco de granito, con un grosor medio de 2 metros y una longitud de 21,60 metros, tiene un volumen de 84 metros cúbicos y un peso de aproximadamente 230.000 kilogramos. Su simple abatimiento en Luxor y su posterior instalación en París requirieron toda la habilidad de los ingenieros Lebas y Mimerel. Incluso fue necesario diseñar un barco especial para transportarlo.
La Atlántida es la única clave racional para comprender Stonehenge, así como la única solución satisfactoria no solo para el antiguo Egipto, sino también para Göbekli Tepe en Turquía, los templos megalíticos de Ggantija, Hagar Qim, Mnajdra y Tarxien en Malta, Tikal en Guatemala, entre otros.
Los informes que he recibido de aquellos para quienes la Memoria de la Naturaleza es un libro abierto nos muestran a los adeptos dispersos de la Atlántida como los fundadores, en la Europa occidental, de los ritos religiosos que albergó Stonehenge. En un periodo muy posterior a la emigración atlante hacia Egipto, algunos representantes del conocimiento oculto más elevado de la Atlántida se establecieron en la región que, con el paso de los siglos y los cambios geográficos, se convertiría en las Islas Británicas. Su influencia dio lugar a civilizaciones que, si bien no alcanzaron la estabilidad y el esplendor de Egipto, lograron construir ciudades considerables, cuyos vestigios hoy han desaparecido.
Stonehenge fue concebido como un templo para enseñar al pueblo el culto exotérico. Nunca estuvo cubierto. Su estructura rústica fue elegida intencionadamente por los atlantes exiliados como una protesta silenciosa contra la corrupción y el refinamiento excesivo de la civilización decadente que habían dejado atrás. En la propia Atlántida, la humanidad había alcanzado el punto máximo de materialismo. Los grandes avances científicos habían sido puestos exclusivamente al servicio de la vida física, sofocando cualquier aspiración espiritual en la persecución de bienes materiales.
El placer personal se convirtió en el objetivo supremo de quienes tenían el poder de obtenerlo. Muchos secretos de la naturaleza, que la humanidad de la quinta raza aún no ha redescubierto, fueron degradados y utilizados exclusivamente para el bienestar físico de la élite gobernante, mientras una raza inferior y servil habitaba el mismo territorio. Ante esta situación, los adeptos espirituales de la época decidieron apartarse de una sociedad que no podían redimir. Se impusieron la tarea de sembrar, entre aquellos pueblos relativamente primitivos —cuyos descendientes estaban destinados a mezclarse con la próxima gran raza—, el entusiasmo espiritual que, con el tiempo, los conduciría a un futuro más elevado.
Por esta razón, las ceremonias externas de la religión que enseñaban fueron realizadas con intencionada simplicidad. Construyeron su gran templo con rocas sin labrar. No buscaban efectos arquitectónicos que distrajeran la atención de la naturaleza, ni dotaron su catedral de otros elementos de admiración que no fueran la grandeza de su maciza estructura. Y sin duda lo lograron, pues su impacto persiste hasta nuestros días.
¿Cómo superaron la dificultad de mover y levantar piedras de semejante peso, cuya mera disposición parece haber requerido recursos tecnológicos que apenas podemos imaginar incluso en nuestra época? Para responder a esta pregunta, es necesario examinar detenidamente la historia de la Atlántida.
Los atlantes poseían recursos mecánicos extremadamente avanzados para cualquier obra que necesitaran. Sin embargo, sus constructores no dependían únicamente de la tecnología para manipular materiales pesados. En la cúspide de su civilización, los atlantes dominaban ciertas fuerzas naturales que hoy solo están bajo el control de unos pocos adeptos de la ciencia oculta. En aquella época, no existía la necesidad de guardar celosamente el secreto de estas fuerzas, como ocurre ahora. Entre sus conocimientos se encontraba el poder, muy raramente ejercitado hoy en día, de modificar la fuerza que llamamos gravedad.
En los tiempos actuales, en los que la mente humana se enfoca en direcciones alejadas de lo oculto, hablar de poderes esotéricos que no pueden ser demostrados con los métodos científicos modernos resulta casi inútil. Sin embargo, respecto a la capacidad de alterar la gravedad, la realidad es que este fenómeno solo parece absurdo para aquellos que ignoran ciertos hechos sugestivos que ya han sido observados en la investigación científica y, al mismo tiempo, se niegan a aceptar la evidencia de fenómenos misteriosos que ocurren de manera documentada, aunque sigan sin explicación, en el ámbito del espiritualismo.
Para comprender correctamente el mundo tal como lo conocemos, es imprescindible entender su pasado atlante. Sin este conocimiento, cualquier especulación sobre etnología es inútil y errónea.
El desarrollo de las razas parecería un caos sin sentido sin la clave que proporciona la civilización atlante y la configuración geográfica de la Tierra en aquella época.
La ciencia actual ya ha demostrado que la mente puede influir sobre la materia. Un ejemplo notable de ello es el caso de John Worrell Keely.
John Ernst Worrell Keely (3 de septiembre de 1827 – 18 de septiembre de 1898) fue un investigador estadounidense de Filadelfia que descubrió, entre otras cosas, el llamado Keely Motor, un dispositivo que, sin estar conectado a ninguna fuente de energía visible, podía moverse con el sonido de un instrumento musical tocado únicamente por él.
La clave de su conocimiento fue la Física de la Vibración Simpática (Sympathetic Vibratory Physics). Mediante la manipulación de ondas sonoras, Keely se dio cuenta de que era posible generar efectos sorprendentes. Afirmó haber descubierto un nuevo principio para la producción de energía eléctrica, basándose en la resonancia de la materia con el éter.
Muchos de sus hallazgos parecían increíbles en su época, pero hoy en día varios de ellos se aplican en la industria:
- Descubrió que las ondas sonoras podían desintegrar la piedra (hoy en día, este proceso se utiliza comúnmente en la industria).
- Produjo efectos luminosos en el agua, ahora conocidos como sonoluminiscencia.
- Demostró la levitación acústica, es decir, el levantamiento de objetos mediante ondas sonoras (fenómeno replicado con éxito por la NASA en experimentos con pequeñas piedras).
- Descubrió que ciertas formas geométricas intensificaban la presión sonora sin necesidad de añadir energía extra (hoy en día, esta técnica es utilizada por la empresa Macro Sonics).
- Observó un efecto de enfriamiento en presencia de vibraciones específicas, lo que actualmente se conoce como refrigeración acústica y está patentado.
Keely basaba su trabajo en la resonancia del éter, manipulando la materia para acumular o dirigir energía, e incluso alterar la gravedad. Sin embargo, el conocimiento que poseían los atlantes sobre esta fuerza —a la que llamaban Mash-mak— está aún fuera del alcance de la humanidad actual. No serán necesarios miles, sino cientos de miles de años antes de que nuestra civilización pueda recuperar por completo ese conocimiento perdido.
Sin importar la frecuencia con la que ocurra, este fenómeno debe ser entendido, cuando se conozca lo suficiente, como el resultado de una ley tan natural como la expansión de los gases. El hecho de que algunos objetos puedan, en ciertas circunstancias, ser repelidos por la Tierra o elevados, no es más misterioso que su atracción habitual. Es una cuestión de polaridad.
Hasta el momento, ningún físico moderno ha logrado formular una explicación clara sobre el mecanismo exacto de la gravedad. Hoy en día no sabemos más que Newton cuando se preguntó por qué la manzana caía al suelo. Podemos medir la fuerza que actúa sobre los cuerpos, pero seguimos sin comprender su verdadera naturaleza. Lo mismo ocurre con el magnetismo: podemos observar los procesos de atracción y repulsión en acción, pero su origen último sigue siendo un misterio.
Si aplicamos una corriente a un electroimán de cierta manera, atraerá el hierro; si la modificamos, repelerá el cobre. En este último caso, una masa de cobre puede ser visiblemente levitada y mantenerse en suspensión sin ningún soporte aparente, a cierta distancia del dispositivo que la repele. Los ingenieros eléctricos pueden observar y reproducir este fenómeno, pero aún no lo comprenden del todo.
De manera similar, la levitación de mesas o incluso de personas en sesiones espiritistas puede ser observada en ocasiones, aunque no pueda reproducirse a voluntad (al menos por observadores comunes). Sin embargo, la existencia del fenómeno no puede negarse simplemente porque no encaje en los paradigmas actuales. Es absurdo tratar de evadir la dificultad de explicarlo negando, en contra de la evidencia, que el hecho ocurra.
Los adeptos, custodios del conocimiento sobre estas fuerzas ocultas de la naturaleza, han sido siempre capaces de manipular la atracción de la materia para modificar, a voluntad, el peso efectivo de los cuerpos densos. Yo mismo aplico principios similares en mis charlas sobre biomagnetismo y bioenergética. Esta es precisamente la clave detrás de las maravillas de la arquitectura megalítica.
Siguiendo la guía y contando con la asistencia de los adeptos de la Atlántida, los constructores de Stonehenge y de los antiguos dólmenes encontraban sorprendentemente ligeras las enormes masas de piedra, lo que facilitaba su manipulación y transporte. Clarividentes que han observado el proceso de construcción de Stonehenge han sido testigos, en la Memoria de la Naturaleza, de cómo se llevaron a cabo estos trabajos. Las imágenes de esas actividades han quedado registradas de forma indeleble y pueden percibirse hoy con la misma claridad con la que fueron observadas en su momento por los presentes. En estas visiones, las piedras colosales de los trilitos aparecen siendo colocadas en su sitio con la ayuda de andamiajes rudimentarios, no más sólidos que los utilizados hoy en la construcción de edificios de ladrillo.
Volviendo a las Pirámides, los bloques de piedra utilizados en su construcción fueron manejados del mismo modo que los de Stonehenge. Los adeptos que dirigieron la obra facilitaron el proceso mediante la levitación parcial de los materiales.
Otro ejemplo asombroso de esta tecnología perdida se encuentra en el Templo de Baalbek, en Siria, donde se han empleado bloques de piedra en los muros con un peso estimado de 1.500 toneladas cada uno. Ninguna tecnología convencional de la antigüedad conocida podría haber transportado y elevado piedras de semejante tamaño con la precisión que aún hoy se observa en esas construcciones.
En su intento por explicar estos monumentos y al preferir la única teoría que consideran razonable —es decir, aquella que no requiere aceptar la existencia de fuerzas o conocimientos desconocidos—, los arqueólogos han sostenido hasta ahora que los constructores de templos como el de Baalbek pudieron haber colocado esas enormes piedras arrastrándolas sobre rodillos a lo largo de calzadas y elevándolas con la ayuda de rampas inclinadas.
Sin embargo, estas hipótesis requieren una dosis de credulidad aún mayor que la que se necesitaría para aceptar que se utilizaron técnicas basadas en poderes ocultos. Nos piden que creamos en algo que es físicamente imposible, pero esa imposibilidad parece aceptable solo porque se disfraza con términos convencionales.
Stonehenge y Baalbek, en realidad, se alzan ante nosotros como pruebas irrefutables de que, en la época en que fueron construidos —cualquiera que haya sido esta—, el mundo contaba con una ingeniería que no dependía exclusivamente de la fuerza bruta, sino de la aplicación de un conocimiento muy superior al que ha alcanzado la ingeniería moderna.
Mencioné anteriormente que la llegada de los adeptos atlantes a Europa occidental ocurrió en un periodo muy posterior a la emigración de los primeros atlantes a Egipto. Fue entonces cuando estos sabios establecieron el culto espiritual que, en su forma más simple y grandiosa, tuvo a Stonehenge como su gran templo. Este evento tuvo lugar mucho después de la construcción de las Pirámides. No sé con certeza cuánto tiempo residieron los adeptos en Europa occidental antes de comenzar a difundir su enseñanza entre la población, aunque es probable que pasara un largo periodo. Sin embargo, lo que sí es seguro es que las piedras que hoy se elevan en Salisbury Plain fueron colocadas allí hacia el final del hundimiento del continente atlante, hace aproximadamente 100.000 años.
Uno de los hechos que contradice la teoría de Fergusson —y que sus seguidores prefieren ignorar— es el carácter geológico de las piedras utilizadas en Stonehenge. Las piedras del recinto exterior y los grandes trilitos parecen haber sido extraídas de canteras cercanas. Sin embargo, el círculo interno y la piedra del altar están compuestos de un material completamente diferente, que no se encuentra en los estratos rocosos de esa región de Inglaterra. Esta piedra solo existe en Cornualles, Gales e Irlanda, pero no en ningún punto más cercano. Esto significa que los materiales del círculo interno fueron transportados desde alguna de esas regiones.
Los que se niegan a aceptar que el conocimiento moderno no abarca todas las capacidades que existieron en tiempos remotos pueden suponer, sin reparos, que los constructores de Stonehenge transportaron estas enormes piedras a lo largo de cientos de kilómetros de terreno —cubierto entonces por densos bosques vírgenes— o que las llevaron por mar, todo para conmemorar una supuesta batalla en Salisbury Plain, cuando tenían a su disposición piedra de igual calidad y durabilidad en los alrededores. La propia naturaleza de los materiales de Stonehenge desacredita la idea de que su construcción pueda atribuirse al rey Arturo, aunque la teoría pudiera sostenerse ante otros argumentos.
En cambio, si consideramos que Stonehenge fue un templo místico, cualquiera con un mínimo conocimiento del ocultismo se dará cuenta de que los constructores pudieron haber elegido conscientemente dos tipos distintos de piedra debido a sus propiedades energéticas. Los ocultistas se refieren a estas cualidades como el magnetismo de los materiales, y bien podrían haber influido en la elección de los bloques de Stonehenge.
El culto de los primeros druidas —nombre con el que podemos referirnos a los Maestros ocultos que establecieron Stonehenge— era a la vez majestuoso y sencillo. Se realizaban procesiones, cánticos y ceremonias simbólicas alineadas con eventos astronómicos, especialmente la salida del Sol en el solsticio de verano. En ese momento, grandes multitudes se reunían para presenciar cómo los primeros rayos del Sol atravesaban una abertura en el círculo de piedras e iluminaban el altar sagrado.
En aquellos tiempos no se realizaban sacrificios humanos. La única ceremonia externa con un carácter simbólicamente sacrificial consistía en una libación de leche vertida sobre la piedra del altar. Según los principios del simbolismo esotérico, la serpiente tenía un significado múltiple y era considerada un emblema de sabiduría. Los druidas iniciados, que dominaban fácilmente a estas criaturas, llevaban una serpiente viva hasta el altar en la ceremonia del solsticio, permitiéndole deslizarse y beber la leche.
Se ha tergiversado enormemente el concepto del llamado Culto de la Serpiente en la antigüedad. Los modernos estudiosos de la religión, incapaces de diferenciar entre el uso de símbolos y el acto de adoración, han cometido errores graves en sus interpretaciones. Es el mismo tipo de error que cometerían las generaciones futuras si afirmaran que nuestra sociedad adoraba a las palomas simplemente por haberlas utilizado como símbolo de la paz o del Espíritu Santo.
El principal druida de Stonehenge, en los días del culto original y puro, solía participar en las procesiones con una serpiente viva enroscada en su cuello. Sin embargo, con el paso del tiempo y la desaparición de la influencia de los adeptos, la tradición se degeneró. Varios milenios después, los líderes de la decadente casta druídica conservaron esta costumbre, pero, al perder el verdadero conocimiento de su simbolismo, usaban serpientes muertas, lo que resultaba más adecuado como representación de su fe, ya vacía de significado.
Con la decadencia total del druidismo, sus prácticas degeneraron aún más, hasta que finalmente la piedra del altar dejó de recibir leche y comenzó a ser bañada en sangre de víctimas humanas. Esta versión degradada de la religión druídica es la única que registraron los historiadores romanos en sus escritos.
El problema radicó en que la civilización de Britania no logró desarrollar una línea ininterrumpida de iniciados que preservaran la verdadera enseñanza espiritual. Es probable que, en algún punto, los adeptos originales abandonaran la práctica de reencarnar dentro de ese pueblo, ya que no podían guiarlo hacia un verdadero progreso espiritual.
En Egipto, en cambio, el conocimiento sí logró echar raíces y prosperar. La influencia de los adeptos se fusionó con la cultura egipcia, permitiendo que se convirtiera en un centro de alta civilización y uno de los principales núcleos de conocimiento oculto de la quinta raza-raíz.
Por el contrario, en las islas británicas el intento fracasó. Sus habitantes regresaron a un estado de barbarie y, durante milenios, solo conservaron débiles vestigios de sus antiguas tradiciones. Antes de la conquista romana, los britanos ya habían caído en una condición de absoluta degradación, y su civilización desapareció antes del comienzo de su actual ciclo de desarrollo histórico.
Otro testimonio de la antigüedad del conocimiento humano es Göbekli Tepe, ubicado en Turquía, cerca de la frontera con Siria. Este sitio fue construido aproximadamente 6.000 años antes que Stonehenge y representa un enigma aún mayor para la arqueología moderna.
Cualquiera que lea la entrada de Wikipedia sobre Göbekli Tepe no podrá evitar sonreír al ver que los arqueólogos lo atribuyen a "agricultores-recolectores". Este relato resulta difícil de aceptar cuando se examinan los complejos conocimientos de cosmogonía y cosmología que encierra el sitio. La civilización que lo construyó representó su visión del universo con una precisión que sigue causando asombro.
Uno de los aspectos más impactantes de Göbekli Tepe es que fue deliberadamente enterrado. Todo el complejo —que abarca una extensión de aproximadamente 300 X 300 metros— fue cuidadosamente cubierto, como si quienes lo construyeron hubieran querido preservarlo como un legado para sus descendientes. Es como si hubieran empaquetado su conocimiento en piedra y lo hubieran ocultado, esperando que futuras generaciones fueran lo suficientemente avanzadas para redescubrirlo.
Los templos megalíticos más importantes de Malta, como Ggantija, Hagar Qim, Mnajdra y Tarxien, fueron construidos con enormes megalitos que, una vez más, evidencian que aquella civilización ancestral nos superaba ampliamente en el conocimiento y manejo de energías. Su dominio de estas fuerzas, perdido con el tiempo, nos aventajaba no solo por miles, sino posiblemente por decenas de miles de años, como hemos expresado más arriba.
Paz a todos.
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