LUX: la música que nació del silencio

Luz dorada emergiendo del silencio, símbolo de la música espiritual de LUX.
En el principio fue el sonido. Y el sonido era luz.

José Manuel Fernández Outeiral

Rosalía y el sonido de la conciencia en expansión

Acabo de escuchar LUX, de Rosalía. Y algo en mí se ha detenido.

No sé si los críticos musicales sabrán cómo nombrar esto, pero yo sí sé cómo lo sentí: como el nacimiento de una nueva música. No porque sea diferente en su forma, sino porque ha logrado algo que creía perdido: unir la emoción humana con la vibración divina.

Hay en este álbum un lenguaje nuevo, casi sagrado, que no pertenece del todo al mundo. En Berghain, en Mundo Nuevo, en Memoria —esa joya compartida con Carminho—, Rosalía ha hecho lo que pocas veces ocurre: transformar el sonido en presencia. Cada nota, cada pausa, cada respiración parece venir de un lugar donde la voz ya no es voz, sino alma que canta.

Y entonces llega La Perla.Y el mundo se disuelve.

Los silencios en La Perla son tan intensos como la propia música. No hay vacío en ellos: hay espíritu. Es el silencio que precede a la creación, el mismo del que nace el AUM del universo. Escuchándola, he sentido lo que en mis libros llamo “la vibración consciente del alma”, esa frontera invisible donde el sonido deja de ser materia para convertirse en luz.
En La Perla, el silencio es música.
Y la música, oración.

Pero hay otra pieza que me ha estremecido de una forma distinta: Mundo Nuevo.
En ella, Rosalía alcanza una profundidad que me recordó inmediatamente a Camarón, especialmente a aquella Nana del caballo grande grabada con la Orquesta Filarmónica de Londres. En ambos casos, la orquesta no acompaña: abraza el vacío del alma cuando canta. No hay artificio, no hay tiempo; solo esa tensión luminosa entre lo humano y lo eterno.

Camarón abrió el camino hacia una dimensión espiritual del flamenco —una grieta luminosa entre lo sagrado y lo humano—, y Rosalía continúa ese sendero desde otro lugar del círculo. Él convirtió el cante en plegaria; ella ha convertido la música popular en mística sonora.
Donde él decía “soy viento de la mar amarga”, ella responde con un “mundo nuevo” donde el dolor se transforma en pureza.

Escuchar LUX ha sido para mí una experiencia interior. Una expansión del alma.
He sentido cómo esa voz, suspendida entre cielo y tierra, me invitaba a subir con ella, a mirar el mundo desde el silencio. Porque LUX no se escucha con los oídos: se recibe con el corazón.

Quizá los críticos inventen un nombre para esto, pero a mí me basta con llamarlo así: música del alma, o quizá, como escribía en Peregrinos de la Eternidad,

“el sonido de la conciencia en expansión”.

Gracias, Rosalía, por recordarnos que todavía es posible crear desde el misterio. Por devolver al sonido su poder sagrado, al silencio su dignidad, y al arte su función más alta: unirnos con lo eterno.

Esta música no pertenece al mercado, sino a la eternidad. Y al escucharla, por un instante, mi alma se expandió al encuentro de Dios.

Algunos han querido empañar la luz de LUX con discusiones triviales.

Unos, porque el coro de Montserrat canta en español, como si la belleza tuviera idioma; otros, porque Rosalía ha titulado una canción Dios es un Stalker (acosador), como si el lenguaje poético debiera obedecer a las reglas de lo correcto.

Pero quienes se quedan en eso no han comprendido nada. La elección del idioma en una obra así no es política: es vibracional. El canto de Montserrat en castellano no resta identidad; la trasciende, del mismo modo que el AUM trasciende el sánscrito. En esa lengua común se vuelve universal.

Y el supuesto escándalo del título Dios es un Stalker no es irreverencia: es mística contemporánea. Rosalía se atreve a decir lo que los místicos de todos los tiempos han sentido —que Dios nos persigue con amor, que no nos deja huir de Su presencia—. En los Salmos ya se decía:

“¿A dónde iré lejos de tu Espíritu?
Si subo al cielo, allí estás Tú;
si desciendo al abismo, allí también estás.”

Ese “acosador divino” no es un Dios violento, sino el Amor que no permite el olvido, la Presencia que nos busca en la oscuridad hasta que nos encontramos en la luz.

Por eso las polémicas se disuelven ante la evidencia de lo esencial: LUX no pertenece a ningún idioma, ni a ninguna religión, ni a ningún país. Pertenece al alma.

Y cuando un alma canta con verdad, lo hace para todos.

El silencio fue luz,
la luz se hizo canto,
y el canto —por un instante—
nos recordó quiénes somos:
perseguidos por el Amor.

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