La Civilización de la Barbarie

                                                                                         

La guerra revela el rostro oculto de nuestra "civilización": el de la barbarie organizada.

José Manuel Fernández Outeiral

Creemos que vivimos en una era de progreso y civilización, pero a medida que avanzamos tecnológicamente, la barbarie no desaparece: simplemente se disfraza con nuevas justificaciones.

En un mundo donde las noticias sobre guerras, conflictos y tratados comerciales se entrelazan, es inevitable preguntarnos: ¿realmente hemos avanzado en humanidad o solo hemos refinado nuestros métodos de destrucción?

¿Qué pensaría de nosotros "alguien" procedente de otros mundos?

 ¿Cómo reaccionaría al comprobar nuestra obsesión por perfeccionar  instrumentos de guerra para matarnos unos a otros?

¿No pensaría que estamos locos de atar?

Educación y violencia: la paradoja de la civilización

Muchos de los miembros de grupos terroristas y criminales son criados y educados dentro de nuestra misma civilización. Aquellos que diseñan las armas de guerra más avanzadas o planifican nuestra sumisión han sido formados en nuestras universidades y asisten a servicios religiosos cada domingo con sus familias.

Nos escandalizamos cuando un traficante de armas es detenido en un aeropuerto o una ciudad civilizada. En ocasiones, estas detenciones no son más que una farsa, una forma de disimular un comercio violento que nunca se detiene. Sin embargo, cuando es un Estado quien desea vender armas, el ministro correspondiente recibe elogios y beneficios por “contribuir a la creación de empleo y riqueza.”

Incluso se nos ofrecen las más absurdas justificaciones. Gobiernos que aseguran que las bombas vendidas “no se usarán para matar niños” esperan que lo creamos sin cuestionarlo. Nos miramos unos a otros, perplejos, preguntándonos cómo es posible que personas con tan pocas luces lleguen a puestos de tanta responsabilidad.

Como bien expone Orwell en su novela 1984, quien controla la información moldea la realidad. Pero como advierte Huxley en Un mundo feliz, el mayor peligro no es solo la censura, sino la distracción: una sociedad que, en lugar de ser oprimida, se entrega voluntariamente al conformismo.

Si un hombre mata a otro, aunque esté arrepentido y afligido, se le castiga según la ley. En algunos países, incluso se le condena a muerte. Pero si ese mismo hombre pertenece a un batallón militar y mata no a uno, sino a cuarenta, se siente perfectamente en paz y considera que ha cumplido con su deber.

En ese caso, hasta lo condecoran. ¿Qué hizo para merecerlo? Contribuir a un mal mayor.

Esto es lo que llamamos “civilización”.

El mundo que hemos construido se enorgullece de su tecnología, de sus avances científicos y de su capacidad de innovación. Sin embargo, el verdadero progreso debería medirse por nuestra capacidad de erradicar la violencia, no de perfeccionarla.

Si el conocimiento no se utiliza para elevar la conciencia, sino para refinar la barbarie, entonces no estamos evolucionando: solo estamos maquillando nuestra decadencia.

Lo que acabas de leer es un extracto del capítulo III de mi libro Peregrinos de la Eternidad. En el libro exploro con mayor profundidad estas cuestiones, ofreciendo una visión crítica sobre la realidad que nos rodea y las decisiones que, como sociedad, seguimos tomando. Reflexionar sobre estos temas no solo es un ejercicio intelectual, sino una necesidad urgente si queremos recuperar nuestro verdadero sentido humano.

Paz a todos.

José Manuel Fernández Outeiral

Autor de Peregrinos de la Eternidad y otras obras sobre conciencia y evolución interior.

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